La luz del sol matutino entraba dorada y pura por las ventanas, calentando las sábanas. Me froté el sueño de los ojos. Me di la vuelta, casi desconsolada al encontrar la cama vacía.
¿Había soñado anoche?
Me levanté de la cama y fui dando tumbos hasta la ducha. Me lavé el pelo y la cara, dejando que el agua caliente se llevara mi decepción. Había algo purificador en el agua tan caliente que me dejaba vetas rojas en la piel. Empezaba a creer que realmente había soñado todo lo que creía que había pasado anoche. Este enamoramiento se me estaba yendo de las manos.
Salgo de la ducha y me envuelvo en una lujosa toalla blanca. Caminé con cuidado por mi apartamento, rezando por encontrar alguna prueba de que mi noche de cuento de hadas había sido real. Mi vestido yacía arrugado en un montón en la cocina y se me levantó el ánimo. Cogí un yogur de la nevera y me lo llevé al dormitorio.
Vi algo negro en una esquina de la habitación. No pude evitar inspeccionarlo.
La pajarita de Hale.