Mae
Mae se encontraba en silencio en el alféizar de la ventana de la habitación de Henry, observando las estrellas y la brillante luna. La luz lunar le otorgaba fuerzas, como si la Diosa de la Luna misma le estuviera sonriendo. Inhaló profundamente, recordando cuán poderosa se había vuelto.
—¿Estás bien? —preguntó Henry mientras cerraba la puerta tras él al entrar en la habitación desde el baño contiguo.
Mae se volvió hacia él y, de manera instintiva, quedó impresionada por su apariencia actual. No pudo evitar admirar a Henry en ese estado. Se acercó con una toalla enrollada de manera relajada alrededor de su cintura, secando su cabello húmedo.
—No, no estás haciendo nada mal. En realidad, es lo contrario. A veces, es difícil apartar la mirada de ti —admitió Mae, riendo por su propia reacción.
Henry le respondió con una sonrisa ladeada y dejó caer su toalla al suelo. Se acercó a Mae, apartando un poco su cabello de los hombros y recogiendo la manga de su holgada camisa.
