Tras el éxito de la misión en la isla Lunan, el Capitán Jesús Flores regresó a la base con su equipo, exhausto pero satisfecho. Habían neutralizado una amenaza terrorista y asegurado información valiosa, pero el costo físico y emocional de la operación dejó su marca en todos.
Después de un breve período de descanso y evaluación, Jesús se retiró a su habitación en la base. La tranquilidad del lugar se diferenciaba con la intensidad de la misión que habían llevado a cabo. Mientras se quitaba el equipo táctico y se preparaba para descansar, su mente comenzó a vagar por los recuerdos de un pasado oscuro que lo atormentaba.
En su mente, revivió momentos de su infancia en un pequeño pueblo costero de México. Recordó a sus padres, ambos militares de alto rango, quienes lo habían sometido a un entrenamiento cruel desde que era un niño. Desde una edad temprana, Jesús había sido forzado a convertirse en una máquina de guerra, educado en el uso de armas y en el combate cuerpo a cuerpo.
Las noches de su infancia estaban llenas de gritos y disciplina inhumana. Sus padres habían visto en él un futuro soldado, una herramienta de guerra, más que a un niño con sueños y deseos propios. La libertad de vivir como los otros niños se le negaba, y las misiones peligrosas que había enfrentado en su juventud eran pesadillas recurrentes.
El hecho de ver a través de las ventanas de su habitación al exterior y observar que los demás niños corrían tras un balón, arrojaban piedras, jugaban con carros de juguete y muñecos, dentro del solo podía sentir envidia pero no podía decir nada, sobre sus deseos, sobre lo que su corazón realmente quería, ya que la última vez que algo de ese estilo salió por sus labios, su padre con rabia lo abofeteo y dijo autoritariamente - es por tu propio bien, lo que hacemos por ti es porque te amamos - dijo de forma calmada pero con un tono cínico en su voz.
El pequeño Jesus, no podía hacer más que obedecer, ya que sus padres lo amaban, ¿No?, después de todo el dolor que estaba sufriendo, el quedarse parado por horas seguidas, el aprender defensa personal, el saber pelear con cuchillos, las heridas cicatrizadas y las que aún no, solo eran señales del amor que sentían sus padres por él, ¿No es así?, Las lágrimas que derramo y las que ya no pudieron salir porque eso no era de hombres, eran señas de los conocimientos que sus padres vertieron sobre el por el amor que sentían hacia él, ¿Verdad?
A medida que creció, canalizó esos sentimientos en su entrenamiento militar y su ascenso a las fuerzas especiales, pero llevaba consigo el peso de un pasado que lo atormentaba. Recordó las cicatrices en su cuerpo y alma, las marcas de un entrenamiento feroz que lo había transformado en un soldado.
También recordó su primer encuentro con Luis Méndez y Lucas Martínez en la base militar. La chispa del no sé qué, el cual surgió en ese momento, había sido el inicio de una relación que cambiaría sus vidas para siempre, pero también había momentos en los que sus demonios internos amenazaban con destruirlo.
Mientras reflexionaba sobre su vida y su carrera militar, Jesús sintió un profundo agradecimiento por las oportunidades que había tenido, pero también una pesada carga de dolor y culpa. Sabía que había sacrificios y desafíos en el horizonte, y que debía enfrentarlos con valentía y determinación, pero también sabía que había un pasado que aún lo perseguía en cada paso que daba.
La noche avanzó, y Jesús finalmente se sumió en un sueño lleno de recuerdos oscuros y sueños para un futuro que, esperaba, le ofreciera paz. La misión en la isla Lunan había sido solo una de las muchas pruebas que enfrentaría, pero su compromiso con su país y su aprecio por Luis y Lucas lo impulsaban a seguir adelante, sin importar lo que el destino tuviera preparado para él.