Las gotas golpean de forma violenta contra el vidrio de la ventana, la música suena de fondo y las luces del micrófono danzan.
Aquel hombre que ha sobrevivido a las peores situaciones que un ser humano podría enfrentar, aquel cuyo sueño en la vida es ser normal. Ese hombre cálido por naturaleza, que regala sonrisas y brinda su hombro, está inquieto.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que Soichi se fue?
La angustia lo envuelve como una soga invisible, apretando su estómago con cada segundo que pasa.
¿Es solo sobreprotección, una sombra de premonición?
No importa la causa, Lían está siendo consumido por la ansiedad. No lo puede soportar más, con un rostro ilegible desciende en busca del joven que no había regresado.
Y entonces, en un abrir y cerrar de ojos, todo cambia.
El viento aulla con un dolor tan profundo, un lamento que se retuerce en el aire. Como un mal chiste o una piedad divina, bajo el alero, el cuerpo del joven encuentra refugio de la lluvia que cae con furia.
Lían mira hacia abajo con incredulidad, sus palabras se entrecortan en un tartamudeo nervioso.
—¿So-So-Soichi?
El silencio que el cuerpo le devuelve es más aterrador que cualquier respuesta que pueda imaginar.
Todo se vuelve sofocante, como si cada inhalación de aire fuera un esfuerzo sobrehumano. Cierra los ojos y traga saliva, pero las piernas se niegan a moverse, su cuerpo está petrificado. Parpadea una y otra vez, tratando desesperadamente de hacer desaparecer lo que se despliega frente a él, pero la realidad persiste con crueldad.
—¡Nooooo! —El grito desesperado se escapa de sus labios en un torrente de angustia y negación, mientras su mente lucha por aceptar lo inaceptable.
¡¡¡¿¿¿ESTO... ESTO ES UN SUEÑO???!!! ¡¡¡ESTA ES UNA JODIDA PESADILLA!!!
Una fina capa de sudor estalla en su rostro, su piel, que normalmente resplandece con vitalidad, ahora está pálida y enfermiza.
Las manos tiemblan mientras se quita el saco y lo envuelve alrededor del joven como si fuera una manta.
Levanta a Soichi en sus brazos y lo lleva al edificio, la apariencia de ambos es miserable: el rostro de la persona en sus brazos, al que se aferra con desesperación, está lívido, con los ojos cerrados y la sangre empapando su ropa.
Lían suplica a toda prisa.
—¡AYUDA! ¡ALGUIEN! ¡POR FAVOR! ¡ALGUIEN! ¿ALGUIEN? Ayuda... Por favor. —Las venas resaltan en su frente y con la voz aún más dura comienza a gritar con enfado—. ¡HIJOS DE PUTA! ¡NADIE PIENSA AYUDARME! ¡MALDITA SEA, AYUDA!
Su corazón arde como una tortura insoportable.
Son casi las tres de la madrugada cuando Raúl, absorto en su propia satisfacción, sale corriendo en pijama al escuchar los insultos suplicantes. Las canas se erizan y las arrugas se estremecen. El portero de cincuenta años no puede creer lo que ve.
—¿Lían? —Baja sus redondos ojos cafés—. ¿Qué está pasando?
El hombre, ya incapaz de contener las lágrimas, las deja caer como cascadas furiosas.
—Por favor, Raúl, llama... llama a una ambulancia.
Aún vacilante, asiente y se apresura a entrar en la habitación.
Los brazos del joven cuelgan a sus costados como cuerdas, la temperatura corporal es baja, casi inexistente. Lían lo sostiene con fuerza, sin moverse, con las piernas rectas y el cuerpo firme. El aroma ferroso invade el recibidor del edificio, las lágrimas cristalinas de dolor se arrastran por la mejilla de Soichi. Algunas caen sobre el arco de la nariz, deslizándose sobre los labios azulados y finos.
¿Cuánto podrá aguantar así?
El acercamiento de Lían es suave y lento; un roce sutil e imperceptible, ansioso y doloroso. Besa con ternura la frente de Soichi, entrecierra los ojos y susurra a su oído.
—No te preocupes, vas a salir de esto. ¿Sí?, no estás solo... no tengas miedo.
Raúl, que ha regresado, finge no estar afectado, dejando escapar un suspiro amargo.
—Ya he llamado, la ambulancia no debe tardar en llegar. ¿Intentaron robarle?
La boca de Lían se seca y un sabor agrio sube por su garganta.
¿La persona detrás de esto?
Es seguro que fue él, pero si es así, entonces... entonces.
Desacelera sus pensamientos, la sensación de desolación hace titubear su cuerpo.
—No lo sé —Gira la cabeza hacia la dirección de Raúl—. Podrías agarrar mi teléfono, está en mi bolsillo derecho.
El tiempo transcurre demasiado lento, pero en realidad el reloj avanza como en un frenesí.
Lían pide que avisen a Javier, estos apenas reciben la llamada y bajan corriendo. No pueden creer lo que tienen frente a ellos; Teresa se tapa la boca, Malena se aferra a la barandilla de la escalera, Javier se apresura a alcanzarlos con sus ojos negros llenos de preocupación. Pero Lían ya está sumergido en un pozo de oscuridad.
—Jefe, la ambulancia... ¿Por qué? ¿Por qué tarda? Él ya... Ya no siento que respire —Presiona a la persona bajo sus brazos—. No me responde, yo no escucho... No puedo escuchar su corazón.
Con un gesto de la mano, el Jefe llama a Malena para que se acerque.
—Deja que ella lo revise.
De forma inconsciente, Lían da dos pasos hacia atrás.
—Ella tiene algunos conocimientos de enfermería.
—Por favor, déjame que le tome el pulso hasta que llegue la ambulancia —dice Malena con tristeza.
El hombre está aturdido, su cabeza es un lío.
—Yo... perdón.
El pulso es casi nulo, la expresión de la mujer es una fusión de temor y horror.
—¿Hace cuánto llamaron a la ambulancia?
—Llamé hace unos quince o veinte minutos, ya deberían haber llegado —explica Raúl, mientras se toca la nuca agobiado.
Javier presiona sus dedos contra su frente.
—Señor, ¿sabe si hubo algún accidente?
Ellos hablan entre sí, mientras observan a los dos jóvenes.
Lían se siente pequeño, insignificante, impotente. Su expresión es irreconocible, ha perdido todo tipo de color.
—Jefe.
—Vamos a volver a llamar a la ambulancia, Lían... no lo sé.
Pero el hombre desata el nudo en su garganta.
—¡No! ¡Vamos! ¡Tiene que haber un hospital cerca!
Malena se pone nerviosa, moverlo en este estado es peligroso.
—Es mejor esperar un poco más.
El pecho de Lían sube y baja de forma violenta.
—¡Cuánto! ¡Cuánto más! ¡No lo ven! ¡Si no hacemos algo...! —Se queda en silencio por un momento, los mira con recelo y pregunta—. ¿No creen que sería demasiado tarde? Solo nos tiene a nosotros, estamos perdiendo tiempo.
Es una pena que un choque múltiple y cuatro intentos de robo se hayan llevado la atención de los hospitales en ese momento.
Si hubieran sabido esto antes...
Solo logran calmar a Lían por un breve momento. Pero ellos mismos creen que Soichi ya está atravesando las puertas del paraíso.
Javier sube rápidamente y toma las llaves de su auto. Las mujeres sollozan y se abrazan.
Lían está en pausa hasta que Javier llega para irse.
Antes de pasar por esa puerta, mira a Raúl. Sus hermosos ojos verdes están vacíos y su voz es baja.
—Por favor, te encargo que cuides de vuelta al gatito. —Intenta esbozar media sonrisa, lo que solo acrecienta la visión de agonía—. Sabes que lo quiere mucho, es hasta que los dos volvamos a casa.
Raúl asiente con los ojos vidriosos.
—No te preocupes.
Lían sube con cautela en la parte trasera del auto, evitando cualquier movimiento brusco. Las mujeres los siguen desde atrás en un taxi.
Dicen que el amor todo lo puede, que la fe y la esperanza pueden atravesar los cielos y los destinos que están destinados a estar juntos superarán las más crueles batallas.
Pero él tenía miedo. No pudo juntar los fragmentos del cristal que se rompió; su alma ahora estaba en un mundo desconocido y lo único que quería era encontrarlo y devolverlo a casa. Se sumergió en un juego que no pudo manejar y ahora todas las piezas cayeron sobre su cabeza, recordándole que en esta vida todo lo que toca lo arruina. La culpa y la tristeza lo estaban consumiendo.
Asfixiante.
El dolor se cierne como una densa niebla sobre su alma, un abrazo gélido y desgarrador. Toma la muñeca que cuelga como una hoja suelta, la apoya en su mejilla y solo puede mirarlo. Cada latido del corazón es un eco sordo de desesperación, retumbando en lo más profundo de la conciencia y resonando en cada fibra del ser. Los ojos de Lían están rojos, y su vista es prácticamente nula. A veces las palabras no pueden salir. Un peso invisible se posa sobre sus hombros, una sombra oscura que acecha en cada esquina, recordándole constantemente los errores del pasado y los sueños rotos del futuro. La persona que ama se está enfriando. Y es su culpa.
Sí, todo es su culpa.
No quiere moverlo, pero su pecho está a punto de explotar, así que lo abraza lo más suave que puede.
¡Él no nota su descontrol!
Solo Javier, que está manejando, puede ver la desesperación a través del espejo retrovisor. Los gritos y lamentos que retumban en ese vehículo, el cuerpo marchito que está siendo protegido con ilusión.
Lían se odia a sí mismo. La ira y el resentimiento se entrelazan con la tristeza y la desesperanza, formando caos y destrucción. Una mezcla de recuerdos dolorosos y esperanzas perdidas.
¡Todo! ¡Lo había jodido todo!
Su filosofía de vida solía ser "la vida es una mierda, vívela ahora, quién sabe qué pasará en el futuro". Pero después de conocer a Soichi, empezó a vislumbrar diferentes caminos. Consideró que esperar era bueno y que el tiempo... el tiempo podía traer cosas.
¿Por qué siempre creyó que tendría tiempo? ¿Esperó demasiado? Nunca pudo ser sincero ¿Cuántos años fue cobarde? No logró confesarse, no dijo lo que sentía.
Después del incidente de aquella noche, cuando Soichi perdió la cabeza, ¡Debería haberlo dicho! ¡Debería haberle dicho todo!
¡POR QUÉ! ¡POR QUÉ! ¡POR QUÉ!
¿Por qué se equivocó tanto?
¿Por qué lo metió en su mundo?
¡Él debería estar en su lugar!
Soichi no debería pagar por sus errores, sus malas decisiones, si pudiera volver atrás. Pero fue tan egoísta, tuvo la oportunidad y no lo hizo. No tiene excusas, al final lo terminó llevando a este punto.
¿Y ahora?
Enfoca la vista buscando un leve movimiento en el rostro rígido.
—Sé que vas a pensar que lo que te voy a decir es estúpido, la verdad es que soy un poco estúpido, creo que si te lo cuento, tal vez... tal vez. —Intenta sonreír, pero las comisuras de sus labios no se elevan—. Sabes, esto sucedió de repente, cuando te ví la primera vez...
Había demasiado que decir.
Se conocieron en el límite del cielo y la tierra. Bajo un mar rojizo, donde las penas colapsaron en el cuerpo de un joven de catorce años, con miles de historias contadas en las heridas de su cuerpo. Sus miradas no se cruzaron en ese momento, pero Lían se maravilló.
Una conexión difícil de encontrar.
Lo había aferrado a su cuerpo en aquel entonces, y ahora la vida lo enfrentaba a la misma escena.
—Nunca me diste la oportunidad, me había resignado. Pero al llegar la noche mi consuelo es que te encontraría en mis sueños, con una sonrisa quizás, conversando tal vez, yo no quería mucho más. No pretendía mucho más... ¿es tonto decirte esto ahora? ¿Todas las noches imaginándote hasta dormirme? ¿Dirías que soy infantil? —Su corazón se había hundido hacía mucho, ahora finalmente colapsa—. Aunque estés a mi lado... yo... yo solo puedo tenerte en mis sueños, creí que podía ser tu amigo, alguien en quien confiar. ¿Cuidarte?, al final... lo siento tanto. Vas a salir de esto ¿Sí? ¿Eh? No te preocupes... todo va a estar bien..
La cabeza de Lían se pierde, no queda rastro de cordura, tiene demasiado miedo. Siente como si todo su cuerpo estuviera siendo rebanado, un dolor constante que se acrecienta minuto a minuto.
No siente los latidos del cuerpo que contiene, cada segundo que pasa se vuelve más frío.
Las lágrimas caen atravesando el rostro del joven cubierto de manchas, intentando borrarlas, buscando la piel blanca y pura que está debajo.
—¡Oh, Dios mío, qué he hecho! ¡Perdóname! Te hice daño... yo no quería. Esto no debía pasar, yo quería... yo... yo.
Es como si el invierno se hubiera adelantado y estuviera comprimido en el cuerpo de la persona que ama. Esperó por más de seis años y esperará todos los que sean necesarios.
Esté donde esté, estará de pie junto a su lado. Porque no permitirá que él se vuelva a sentir solo.
Bajo la lluvia, un hombre corría con lo más preciado que tenía entre sus brazos. Las puertas del hospital fueron abiertas de forma estruendosa.
Los convalecientes sintieron lástima; nunca habían presenciado una situación tan devastadora.
Los gritos y súplicas se mezclaron con el llanto y la desesperación.
"(...) las suaves plumas anaranjadas
reposaron sobre los pétalos secos.
Las almas insatisfechas
derramaron lagrimas heladas."
Soichi.
Capítulo 2.
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