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Chapter 16 - Capitulo 16:¡Los ratones salen a jugar!

Este otoño es caluroso y la humedad ingresa atravesando las paredes, el ambiente está pesado. Pesa al extremo en que los pechos de estos hombres se están ahogando.

Justo cuando los labios de Soichi, fruncidos por la vergüenza van a pronunciar una palabra, una pequeña intromisión rompe la mística del momento.

¡Meow! ¡Meow! ¡Prrrrrrrr!

El pequeño gato levanta la cola y frota el delicado cuerpo contra la pierna del humano.

Soichi baja la cabeza para descubrir lo que lo llama. Trata de buscar en Lían una respuesta sobre el nuevo invitado. Pero antes de poder preguntar algo, esos dos están teniendo un pequeño duelo de miradas.

El gato es alzado por el joven y mira al hombre con detenimiento.

—¿Qué te pasó en la cara?

Mientras acaricia la pequeña cabeza del felino, el que tiene surcos y rayas blancas por todo el rostro pone los ojos en blanco ante la pregunta.

—Resulta que a tú pequeña bestia le agrado demasiado, no se puede contener —responde con una sonrisa irónica.

Sorprendido, toma con ambas manos al gatito, alejándolo un poco para examinarlo por todos lados. Los ojos cristalinos lo miran con ternura, él lo mira con incertidumbre.

«Mmm... en qué momento...», no llega a terminar el pensamiento que de golpe se ilumina. «¡Oh! ¡El regalo!»

La mujer le había dicho que tiene un último obsequio para entregarle, observando lo que tiene entre las manos tendría que ser esto.

Dentro de su casa y sin mover un dedo cumplió una de las cosas que ella le había pedido.

«Hilos e hilos tejidos», ríe amargamente. Adoptó una mascota sin saberlo; ahora es el dueño de un gato.

Observa que el departamento ha vuelto a la normalidad, como si el tiempo retrocediera y los restos de la turbulencia desaparecieran. Bajo el abanico de sus extensas pestañas, traga saliva nervioso y murmura:

—Gracias.

Pero el hombre que está de espaldas no lo escucha, ya se ha arremangado y está lavando sus manos.

El joven se muerde los labios resaltando ese leve tono durazno. No se atreve a repetir esa palabra. Admira por un momento los hombros rectos y la delgada cintura que ha regresado a su lado.

Las comisuras toman una forma curvilínea irregular, como olas contenidas en un pequeño vaso. «¿Por qué volviste? ¿No tenes miedo?, esto no es bueno, no soy bueno», mira hacia el cielo inexistente. «¿Tengo miedo? ... ¿Por qué siento miedo?».

Lo desconocido produce temor, la falta de entendimiento genera confusión. El frío y objetivo de Soichi no escapa a lo que vive cualquier mortal. Tiene que apaciguar la tormenta de la mente y el remolino de emociones que colisionan en su pecho.

¿Meow?

El pequeño que permanece contenido en sus brazos lo llama, sacándolo de la nebulosa en la que se encuentra.

Lían, por otra parte, comienza con su show culinario. Inicia la elaboración de la cena mientras los demás están ocupados con sus asuntos.

Limpia y corta las verduras, rodajas simétricas y finas. Su semblante se oscurece al ver el reflejo en la fuente de metal.

Por un momento se siente devastado, ¿dónde está el joven atractivo de veinticinco que aparenta de veinte?

Aunque las marcas se irán y las ojeras marrones podrían taparse, él se siente arruinado. Ese rostro ambiguo no es rústicamente masculino, pero es curiosamente delicado como para no pasar desapercibido.

Lo que le causó desprecio en su infancia y beneficios en la adolescencia se había ido. En el fondo, se consideraba feo; se creó una imagen simpática y gentil para abrirse camino. Incluso aprendió a reírse de sí mismo, potenció sus defectos y exageró sus virtudes. Cuando llegó a ese nivel, todo se volvió más fácil para él.

Pero ahora... el hombre que con una sonrisa calentaba faldas y humedecía pantalones siente lástima de sí mismo.

Un pequeño alfiler se clava en su cerebro; una vieja amiga, a quien no ve desde hace años le había dado un consejo. "¡Boludo, deja de buscar a ese tipo de hombres!". Si estuviera aquí, en este momento, estaría azotándolo con su verborragia, apuñalando sus oídos.

Lían busca de forma inconsciente ese tipo de sujetos, hombres que lo ignoren y lo menosprecien. «¡Malditos traumas! ¡Ah, papá... papá...!» Gira despacio, dejando esos pensamientos atrás.

Acomoda la bandeja que ha preparado, llena de coloridas rodajas de verduras en la mesa.

Los nuevos enamorados están sentados, Soichi acaricia la panza del felino mientras esté le responde con mordidas y ronroneos.

«No, no son todos iguales», baja la mirada hacia el esponjoso negro peludo. Ese gato lo había logrado. ¡Tan sencillo!

Frotarse un poco pidiendo cariño; el hombre nunca lo hubiese pensado como una alternativa. Se abofetea así mismo en su mente, se toca la poca cara que le queda.

Patético, ha perdido la cabeza.

¡Está celoso de un bendito gato!

Pero el animal se había llevado la poca atención que tuvo por unos días. No había espacio para el hombre.

—¿Te gustan los animales?

—No, pero cuando era niño tuve uno como este. Solo que era blanco y la mancha en la oreja era negra; este es igual, pero al revés.

Las técnicas de seducción que conoce Lían no funcionan con el joven. Hay que aplicarse, las sabias mujeres lo aconsejaron, como guías espirituales bajaron a la tierra y brindaron su sabiduría.

Sin embargo, veinte videos tutoriales y todos lo preparan diferente. Suspira por dentro, «¡Jesucristo!, ilumina a esta oveja que perdió el camino... guía mi mano para que este pedazo de carne sea jodidamente exquisito».

Puso todas sus esperanzas en esto; el hombre tardó treinta minutos debatiendo con el carnicero, seleccionando el tamaño justo del corte. Ni grande ni chico, tenía que ser la medida exacta que él le indicaba con la mano. Cuando consiguió el pedazo magro del tamaño correcto se retiró victorioso.

A Lían le gustaría contar su hazaña, pero ni siquiera le preguntaron cómo estuvo su día. No es importante sacar un tema tan trivial, ahora es el momento de la magia.

El primero en mirarlo es el gatito, se le hace agua la boca viendo el trabajo fino del nuevo cocinero. Soichi también se pone a observar qué es lo que le llama la atención al felino.

La mano grande, pero delicada, gira el pedazo de carne sobre la tabla, pellizca en la zona más gruesa e introduce la punta del cuchillo. Con cautela, se entierra en la zona media para ir de un extremo al otro.

El hombre está concentrado; no quiere fracasar delante de los espectadores.

El primer paso es realizado sin complicaciones, toma una cuchilla más grande. Apoya esos finos dedos dorados, y presiona hacia abajo, ingresa hasta el fondo pero con cuidado. El límite correcto es a tres cuartos de lo que está penetrando. Si la punta no tiene un tope, el relleno se escurriría. Corrobora con ambos pulgares la abertura y le da unos últimos toques con el índice, rozando la carne roja del borde.

Los espectadores miran con atención la destreza en cada movimiento, uno se relame los bigotes, el otro... el otro.

Lían batalla unos momentos con la cuchara, pero el resultado no es el esperado. Sin perder la paciencia, opta por hacer presión con el pulgar derecho introduciendo hasta el fondo. Termina utilizando ambas manos; una contiene la punta mientras la otra empuja con vehemencia. Atraviesa la apertura con unos palillos de madera obteniendo una pieza perfecta.

Se detiene unos minutos para admirar lo que ha elaborado. Antes de llevarla a la sartén para sellar, sonríe y le da un golpe.

¡Esa colita de cuadril rellena acaba de recibir un nalgazo!

Soichi, que está en un trance es interrumpido por el abrupto sonido. Siente una fuerte presión en la nariz, retira de sus brazos al felino y lo baja.

Está nervioso.

El gato extasiado se sorprende por esa actitud extraña.

—Yo me voy a duchar.

Lían no entiende qué sucede, era un movimiento que había aprendido de su madre. Antes de ingresar al horno o sellar cualquier tipo de carne, solía darle un nalgazo a modo de amenaza advirtiendo que debía salir tierna y jugosa.

En un parpadeo, el joven inquieto esta en el baño bajo la ducha. La punta de su cabeza hierve, presiona con fuerza sus cinco dedos contra la cerámica.

¿En qué clase de persona vil y despreciable se había convertido?

¿Cómo se atrevía a tener... a tener...?

Apabullado, sacude la extremidad con ira y resignación. Un manto cálido cae sobre sus mejillas y tensa la mandíbula.

El cuerpo exuda adrenalina mientras la temperatura corporal sube. Las gotas se deslizan sobre la línea recta, acompañando los jadeos de esa sensación confusa.

Después de un agitado y extenso tiempo, las piernas se relajan al descargar la tensión.

El joven queda aturdido debajo del agua helada.

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Nota de la autora:

Mini teatro.

Random.

Directora: ¡Fue un éxito! ¡El público está enardecido!

Mujer: Muchas gracias, si le parece tengo otra recomendación que hacer.

Escritora: ¿Por qué el público está así? ¿No entendí la escena? ¿No deberíamos llamar a un médico? ¡Y si se desmayó!

Directora: La escena la escribiste tú ¿No la entiendes?

Escritora: Me pidieron una guía detallada de una receta, yo... yo...

(La mujer se ríe a carcajadas)

Directora: Sí, está bien... solo le subió la presión por eso la hemorragia nasal. En este momento debe estar bajando el estrés, por eso lleva más de una hora en el baño.

Escritora: ...

Mujer: Deje de pensar en eso, es normal en los muchachos jóvenes. Necesito que sume un nuevo personaje.

Escritora: Pero ya está todo...

Directora: ¡Tú solamente escribes! Escucha todo lo que te diga el actor. Sus ideas son brillantes y encima gratis ¡JA!

La escritora esa noche se puso a llorar.

Todo se iba a arruinar.

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