Sebastián, era un joven que se unió a Atlantis Night Club un año después que Lían, compartía con él que venían de la misma provincia y una cercana edad, lo que facilitó el desarrollo de una sólida amistad en poco tiempo. Sin embargo, debido a razones complicadas y pensamientos culpables, Sebastián se distanció.
Cuando Lían logró llegar a un acuerdo con Rodrigo, pudo liberarse, pero su amigo tuvo que esperar dos años más. A pesar de la separación, el hombre no lo olvidó y lo ayudó a romper los lazos con ese lugar, encontrando ambos refugio en Sauces S.A.
Con el tiempo, tomaron caminos diferentes, y aunque el lazo fraternal nunca se restauró por completo, seguían en contacto. Porque en el fondo, cuando cayeron en ese pozo, cuando se atascaron en el lodo del sufrimiento y sus cuerpos fueron vistos como meras piezas de carne inferiores a la mierda, no podían deshacerse de ese sentimiento, eran como hermanos.
Se apoyaron, sanándose las heridas como cachorros abandonados. Lamentablemente, a los ojos del dueño del lugar, parecían dos perros en celo jugando a sus espaldas.
Rodrigo era selectivo con sus juguetes y no dudaba en usar su poder para someter a aquellos que se atrevían a desafiarlo.
Los ojos lujuriosos y viciosos no podían reconocer la pureza de ese lazo. Para Rodrigo, todos eran simplemente anillos disponibles para su propio placer, no temía emplear su espada para someter a los que se atrevían a provocarlo. Y unos dedos comunes y vulgares querían usar su anillo favorito.
Por supuesto que no lo permitiría.
Una noche seleccionó uno de su amplia colección. Se propuso tomar a Sebastián, era la forma más rápida que tenía para hacerle comprender a ese campesino que lo suyo no se tocaba. Pero Lían llegó a protegerlo.
Aunque a Rodrigo no le importara, Sebastián no era versátil y los clientes lo buscaban porque era un buen roedor de cuellos.
En esta vida todo tiene un precio y en ese mundo el precio a pagar es alto. Estaba tan molesto que necesitaba darle una lección.
Lían, que siempre fue abandonado por los cielos, cayó sobre la mesa como un delicioso cerdo. Parecía recién salido del horno; la piel desnuda a la vista, con una manzana roja en la boca, manos y pies atados con unas seductoras correas negras.
Un banquete de primera calidad para dos jueces y un comisario. Estaban extasiados, el anfitrión no compartía sus juguetes privados. Aunque le molestaba ver esos cuerpos grasientos y sudorosos haciendo vibrar a su joven amante, tenía la intención de enseñarle algo que permanecería grabado en su memoria para siempre.
Algunas personas nacen para ser sacrificios humanos, solo necesitaban ver el lado positivo a la situación, a diferencia de otros, ellos pudieron salir respirando de esa tormentosa pesadilla.
Las palabras "lo siento" no borran lo que ha pasado, porque en definitiva, nunca fueron responsables del daño que han experimentado. Solo eran niños inocentes que se sintieron atraídos por los dulces y caminaron con confianza hacia la guarida del lobo. Las víctimas son solo eso, víctimas. Ellos, como otros, han sido usados como peones en el juego de los beneficios y favores.
Mientras Lían se sumerge en sus pensamientos, el cielo comienza a nublarse. Abandona el silencio que los envuelve y se esfuerza por cambiar el curso de la conversación. Necesita ponerle fin a todo esto. Acerca la mano para despeinar a su buen amigo.
—Mejor vamos adentro. Se está poniendo feo, aparte no quiero que Soichi se sienta desplazado. Ya es bastante que me hayas cambiado los planes sin aviso.
—No te enojes, hace mucho que no te veo, ¿qué tiene de malo? —Lo toma del brazo y lo acerca con el rostro serio—. ¿Qué te pasó?
—¿De qué estás hablando?
—¿Ese chico te lastimó?
El hombre intenta soltarse, pero es retenido con más fuerza. El otro jala del pañuelo, exponiendo las marcas violáceas en el cuello.
—¡No me mientas! ¿Él te hizo esto?
—¡Basta! ¡No seas idiota, no me hizo nada!
Pero el rostro firme no se quiebra, tampoco lo cree:
—No me agrada.
—Por favor, Sebas...no lo conoces.
Al contemplar el rostro malherido, él siente cómo su instinto protector se activa de inmediato. La atmósfera que rodea a ese chico le resulta perturbadora, y Lían es un imán para hombres sádicos y psicóticos. Ambos son adultos, no puede abordar la situación adoptando una actitud de un padre castrador. Necesita ajustar su enfoque y tratar de comunicarse con la mayor amabilidad posible.
——¿Y vos sí?, es el chico que me contaste hace un tiempo, ¿cierto? No lo sé, supongo que te dejaste llenar la cabeza.
Toda la paciencia que tenía Lían se fue por el río en ese momento.
—¡Córtala! ¡Me voy! ¡Estás hablando de más! —Intenta soltar el agarre, pero el otro le toma la muñeca libre—. ¡Sebastián! —grita furioso.
Él inclina sus rostros juntos en un gesto de afecto, sus frentes se tocan. No soporta ver a la persona a la que tanto ama herida una vez más. La visión de su estado le parte el corazón, y una preocupación abrumadora le invade el pecho.
—Y si te mintieron, si no es lo que crees, si es todo mentira. ¿Cómo sabes que es verdad? Li, no quiero que te vuelvan a lastimar, te costó tanto salir de las manos del otro enfermo.
Ambos permanecen en silencio durante un buen tiempo. Lentamente, él lo suelta y le da un abrazo, uno que refleja la angustia que lleva consigo durante años, el dolor de no poder proteger a la persona que quiere. Sienten el peso del tiempo perdido por malos entendidos, las palabras hirientes que alguna vez fueron pronunciadas. Aunque solo sea una línea de sangre imaginaria, los une de una manera más pura que cualquier otra conexión.
—No es como él, además no le interesó de esa manera. Así que no te preocupes —dice con calma y algo de tristeza.
—Con más razón, porque no te quedas conmigo. Quédate acá, aléjate por un tiempo, yo puedo cuidarte, ya no es como antes.
—Tranquilo, puedo cuidarme solo.
Siempre es difícil de explicar; cualquiera que los observe desde fuera malinterpretaría esta relación. Es una unión labrada en los momentos más difíciles, cuando ambos carecían de un refugio y solo encontraban consuelo en los hombros del otro. Desde entonces, al menos para Lían, son como hermanos. Una conexión indeleble, una unión pura y sincera; siempre estarían ahí el uno para el otro.
Pero Soichi no sería diferente al resto; observa detenidamente la conversación acalorada entre esos dos. Los distanciamientos y los acercamientos. Las manos que se buscaban una y otra vez para encontrarse. El abrazo constante. Por alguna razón desconocida, el joven se siente incómodo.
◇◆◇
En ese mismo momento en Atlantis Night Club.
—¡Jefe! Lo hicieron más feo de lo que es —dice un hombre en tono burlesco.
Rodrigo, que está detrás del escritorio, chasquea la lengua mientras clava una mirada asesina.
—Lo siento, no se enoje, traje lo que me pidió.
El hombre acomoda un portafolio y se dispone a enseñar lo que hay adentro. Observando con detenimiento, enciende un cigarrillo y comienza a fumar.
—¿Está limpia?
—Por supuesto —dice ofendido el subordinado.
—Bien.
—Jefe, ¿por qué no permite que me ocupe como siempre? El fiscal lo tiene en la mira. —Al observar el rostro indiferente, procede a advertirle—. ¡Jefe! ¡Esto nos puede arruinar!
Con una rígida y retorcida sonrisa levanta la voz.
—¡Ese hijo de puta me las va a pagar! ¡Me chupa tres huevos el fiscal!
El empleado es consciente de que esto no es bueno; Rodrigo está furioso y ha perdido la cabeza.
—Llamaste al Juez Rodríguez —consulta con los ojos llenos de arrogancia, mirando a su subordinado.
—Lo llamé pero...
—Pero, ¿qué?
—Dicen que no lo pueden parar.
—Arréglalo rápido. No quiero a nadie atrás. En unos días...—La comisura de sus labios se eleva de una forma siniestra, mostrando esos colmillos sedientos de sangre—. Malditos hijos de perra, nadie jode conmigo.
━━━━━━ ◇ ◆ ◇ ━━━━━━