"Estas palabras serán olvidadas cuando nos distanciemos.
¿Cómo puedo explicarte lo que no entiendo?
El día se envuelve en tu dulce aroma, despertando miles de pesadillas.
Suave y apacible, confuso y tormentoso.
En la tierra que pereció, sembraste sentimientos.
¿Cómo pasaré el tiempo de la floración?
Eres como el río desbordado, revolviendo lo que no existía.
Quisiera decir que entiendo lo que siento, pero ¿qué derecho tiene la piedra que se estanca en el fondo del mar?
Seguirás tu camino.
Nunca podré..."
Soichi está en el cuarto, apenas iluminado por un pequeño velador. Se encuentra sentado en el suelo, cerca de su cama.
—¿Estás bien?
—Sí, estoy bien —responde el joven, mientras cierra con cuidado una pequeña libreta en la que estaba escribiendo.
Lían se acerca y toma una de sus manos.
—Estuviste mucho tiempo bajo el agua. ¡Mira! Te arrugaste todos los dedos...mejor te vuelvo a cubrir las heridas antes de dormir.
Soichi, retira la mano con cautela.
—Sí, gracias
—¿Tenés temperatura otra vez?
Los pómulos rosáceos intensifican el color al ser descubiertos.
—No, no tengo.
—Bueno, si te sientes bien, entonces...mmm qué te parece si te levantas de ahí y vamos. Ya está la comida.
Unos minutos más tarde, la cena comienza con merecidos elogios al cocinero por el esfuerzo y el joven, agradecido, no puede contener la curiosidad.
—¿Pasó algo en la oficina? ¿Saliste más temprano?
—El jefe estaba como loco, muy preocupado. Le avisé que estabas descompuesto. Deberías de escribirle para que se quede tranquilo.
—Sí, no me di cuenta.
—Salí antes porque fui al médico, me dio unos días de reposo.
—Pero, ¿estás bien? No deberías...
—No pasa nada, le pedí un favor a un amigo. Estoy bien, no está mal tomarse unos días ¿Cierto?
Soichi permanece en silencio por un momento y continúa:
—¿El jefe qué te dijo?
—Todo está bien, no te preocupes, ¡Ah! antes de que me olvide, me pidió que te recuerde que tenés unos días de vacaciones que no usaste, por si querés tomarlos ahora. —Apoya su mano sobre su barbilla y sonríe—. Creo que es una buena idea ¿No te parece?
—Puede ser...
Uno come despacio, el otro ya ha finalizado su segunda vuelta.
—¿Terminaste?, tengo algo más.
El joven asiente en silencio con la cabeza. Con una felicidad inexplicable, Lían va y vuelve de la cocina.
¡Cof! ¡Cof!
Soichi se ahoga con lo último que estaba masticando.
—¡Feliz Cumpleaños!
—¿Cómo? —Sorprendido, toma un poco de agua.
—Las chicas me avisaron en el trabajo, ya sabes... no se les escapa nada.
—No era necesario.
—¡Veintiuno son veintiuno! ¡Sos legalmente un adulto en cualquier parte del mundo! Así que a festejarlo.
—Gracias.
—No hay que agradecer nada —dice con una sonrisa, mientras apoya la torta frente al agasajado y enciende las velas—. Pedí tus deseos.
«¿Deseo, pedir tres deseos?», frunce el ceño mientras ve esas pequeñas llamas que titilan. Una sensación extraña se apodera de su cuerpo y un escalofrío recorre su columna vertebral. Sumergido en el vaivén rojizo, los momentos olvidados se hacen presentes.
Un niño, sentado frente a siete velas parpadeantes se encuentra ante un gran dilema. La mujer que ha preparado con amor esa torta de chocolate lo mira con ternura.
—Cerra los ojos y pedí tres deseos.
En lugar de tres, el pequeño solo necesita uno. Los dos deseos restantes podrían ayudar a que ese único deseo se cumpla. No quiere juguetes ni paz mundial. Quiere lo más preciado y hermoso para él.
Temeroso de equivocarse, debate cómo sería la forma correcta de hacerlo. Cuando encuentra las palabras perfectas, entrecierra esos ojos cenizos llenos de esperanza.
—Deseo...
—No, lo tenés que pedir en silencio cariño. No sé van a cumplir si los decís en voz alta.
El pequeño mira a la mujer a su lado con el ceño fruncido.
—Abu, lo voy a hacer así. Cuando tenía cinco y seis los pedí como me enseñaste y no se cumplieron.
Ella despeina al jovencito que se ha puesto serio.
—Está bien, no te enojes con esta abuela. Pedí rápido, dale que se van a apagar.
Asustado, las observa con preocupación. Entrelaza los pequeños dedos a modo de súplica y presiona sus párpados.
—Deseo... que mamá me ame mucho... mucho.
El niño emocionado sopla con fuerza, como si su vida dependiera de ello. Antes de que pueda abrir los ojos es presionado por un cálido abrazo. Puede sentir el latido violento del corazón de la mujer.
—Cariño...—susurra ella, con la voz temblorosa.
La mujer había cruzado el océano para verlo, volando durante horas. Aquella misma que había contenido las lágrimas durante mucho tiempo, ya no pudo hacerlo más.
Ansioso, el niño se pone de pie en la silla y se esfuerza por acercarse a ella. La ilusión brilla en sus ojos mientras intenta calmarla, extiende la mano para secar las gotas que se derraman.
—Abu, no llores más, voy a ser bueno ¡Mamá va a quererme mucho!
La mujer se seca las lágrimas y finge sonreír, permanece en silencio mientras su corazón se hunde en el dolor.
Un año después, al cumplir ocho, Soichi comprende de forma terrible y dolorosa que los deseos son solo eso. Por más velas que soples y estrellas fugaces te cruces, no obtienes lo que quieres.
A esta edad, ya no quiere pedir nada. Sin embargo, al cruzar su mirada con la de Lían, la ternura evocada en cada palabra de esa canción tan común, tan usada. Esa expresión de felicidad lo hace reconsiderar; hace años que había dejado de hacerlo, por mucho tiempo dejó de importarle.
Esta sería la última vez, pero no quiere desperdiciarla consigo mismo. Con uno solo alcanza y en esta oportunidad se lo dedicaría a una persona especial. Desde el fondo del corazón, con el rostro repleto de tranquilidad, dedica una hermosa última petición.
Al soplar, un fuerte abrazo cae de improviso.
—¡Felicidades!
La torta ha sido servida y antes de finalizar, Lían tiene algo importante que contar.
—Tengo buenas noticias y malas noticias ¿Cuál preferís primero escuchar?
Soichi, con la boca llena no llega a contestar.
—Te digo primero la buena. Las cañerías de mi departamento se pincharon y se filtró el agua por todos lados. Lo bueno, es que Raúl me avisó que en un par de días se va a solucionar. Pensé que me podía quedar unos días acá.
El joven mira hacia el techo con dudas, no notó en ningún momento las consecuencias de una filtración. Pero antes de que pueda hablar, Lían decide seguir explicando.
—Igual no te preocupes, yo duermo en el sillón, no creo que sea más de dos días.
Sin negarse, consulta:
—¿Cuál es la mala?
—Mejor te lo cuento mañana, al final es tú cumpleaños. No hay prisa —dice con una sonrisa pícara, sin intenciones de revelar el trasfondo de la situación
Un pequeño debate sobre quién está más lastimado se entabla entre los hombres.
¿Quién debía dormir en el sillón?
El ganador es Soichi, Lían dormirá en la cama.
No es una mala elección, el hombre lleva dos días bajo automedicación. Las manos que presionaron la noche anterior habían empeorado las cosas. La garganta del hombre está severamente lacerada; sin la influencia de la medicina, no puede alimentarse ni hablar. Nunca contó que el médico le agrego un calmante más fuerte. Él solo apoya la cabeza y en cuestión de minutos se queda dormido.
Soichi se acerca para hablarle, pero observa que el hombre yace en un sueño profundo. Un pañuelo cubre el largo y delgado cuello.
¿Cómo puede dormir con eso?
Desata con delicadeza el nudo que sobresale en un extremo, levanta con sutileza y retira ese pedazo de tela. Es tan apagada e insípida que desentona con su extravagante amigo. La va desenroscando de forma lenta, hasta que un desenfrenado diseño violáceo se yuxtapone a esa piel tersa y brillante. Toca con la punta de sus dedos el dibujo desordenado. Como en un rompecabezas, encajan perfectamente en las yemas de sus dedos.
¿Cómo puede dormir plácidamente ese hombre cerca de él?
¿Cómo puede perdonar el ataque furtivo e injustificado?
El cuerpo largo del joven se reposa en el borde de la cama y las frías almendras grises se humedecen. La mirada se vuelve turbia como el río revuelto.
Se queda en silencio, observando, lamentando.
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Nota de la autora.
Mini teatro.
Preparativos importantes.
Directora: Debemos hacer una grabación en exteriores.
Soichi: No puedo.
Directora: ¿Cómo qué no podes?
Soichi: Necesito una niñera.
Lían: Llamó a los chicos, alguno va a poder.
Directora: ¡No pueden! Están preparando los efectos especiales.
Soichi: Si no hay niñera, no voy.
Directora: ¡Mierda! ¡Llamen a la escritora!
(Entra la escritora con ojeras y demacrada)
Directora: ¡Cambia la escena o conseguí una niñera!
Escritora: Los extras ya fueron contratados, no puedo cambiarlo.
Al día siguiente la escritora estaba abanicando al gato.
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