El mundo onírico es a menudo un espacio confuso y misterioso. Hay personas que van y vienen como si nada, otras que lo gestionan conscientemente, y luego están las que son arrastradas hacia ellos.
En esta ocasión, la bella mujer ha vuelto, el largo cabello recogido en un delicado trenzado que se enrosca en sí mismo.
—Tanto tiempo querido Soichi.
El rostro sigue siendo tan fresco y dulce que produce escalofríos. La delgada y delicada figura se luce con una túnica azul verdosa con arreglos de perlas. Parece estar de celebración, las finas telas que viste se mueven incluso si no hay brisa en ese pequeño espacio. Divina o demoníaca, esa belleza mística es digna de idolatrar.
Como contraste, la apariencia de Soichi no es buena, el cuerpo aún está cubierto de sangre seca. Está sentado en el suelo apoyado contra el sillón, el caos de la noche anterior sigue intacto.
—El día se despejó ¿por qué no estás celebrando?, deberías asearte, es inevitable que recibas visitas en esta fecha. —Mueve su figura luciendo la vestimenta—. Mira, me he arreglado para saludarte, aún así ¿siquiera estás observando?
—Hoy no puedo atenderte, solo vete.
—Es una pena, pero no puedo irme. Hay asuntos que debemos conversar.
—No tengo intención de levantarme. ¿Acaso no estoy dormido? Di lo que tengas que decir.
—Querido Soichi, antes de atender nuestros negocios tengo un regalo que entregarte.
Soichi deja escapar un suspiro pesado, los ojos reflejan su agotamiento. Con una media mueca de desaliento murmura con resignación:
—No tengo opción, ¿verdad?
La mujer apenas sonríe, como si supiera que algunas respuestas simplemente no merecieran ser pronunciadas. En cuestión de segundos el escenario se despliega ante ellos. Sin alternativa alguna, se ve obligado a seguirla a través de ese vasto espacio en blanco. Cada paso revela objetos familiares, el telón de fondo es inconfundible.
En el interior, el joven maldice en silencio.
—¿Hace mucho que no vienes por aquí? Es muy bello este lugar. —La voz suena tranquila y libre de cualquier malicia o sarcasmo.
Quien la escuchara podría pensar: "Qué mujer tan amable y educada". Entonces, ¿Por qué Soichi permanece con una expresión horrible?, como si hubiera encontrado a su pareja revolcándose con el vecino; el semblante de resentimiento es incalculable.
Ante sus ojos se despliega un bello jardín con un amplio patio; parece que el dueño de esa casa se esforzó en crear lujos y comodidades. El pequeño hijo de ese hombre descansa recostado en el pasto recién cortado. El cabello ondulado ligeramente alborotado, recibe la sombra bajo el árbol de glicinia.
El propietario de este hermoso lugar era Yuto Takahashi, un hombre notablemente gentil que hacía honor a su nombre. El hijo parecía seguir los pasos del padre; se comentaba que los cielos le deparaban un futuro brillante.
Las raíces de dos continentes se entrelazan en el niño, quien maneja con facilidad el español de su madre. Adora la poesía y tiene un vínculo especial con ese árbol; fue allí donde escuchó los últimos versos que su padre le había dedicado.
Fue una pena que el Señor Takahashi decidiera abandonar esta tierra apenas cumplida su sexta década. La experiencia y el conocimiento le otorgaron una perspectiva única de la vida; sus ojos se maravillaban entre montañas, ríos y mares. Era un coleccionista de sabores de todos los países que había visitado.
Entregó su corazón a una belleza y la mujer lo acompañó hasta su hogar; durante el tiempo en que creyó ser amado, fue un hombre muy feliz.
Al igual que el padre, el pequeño amaba a su madre.
Soichi permanece en silencio, observando cómo el niño corretea y juega con un animalito que ha encontrado.
La bolita de pelos parece ser un regalo del destino. Su afecto y ternura acarician el corazón deprimido del pequeño, estableciendo un lazo de cariño y dulzura. En menos de una tarde se convierten en almas gemelas.
Pero debe ser escondido, ya que a su madre no le gustan las mascotas y no le permite tenerlas.
Llegada la noche, esconde al gatito en el ropero, como todas las noches, baja al comedor y cena solo. Toma unos trozos de carne para su nuevo amigo y antes de acostarse, pide a la empleada una taza de leche. Con un poco de astucia, alimenta a su nuevo compañero.
—Qué tierno... —suspira la mujer mientras observa al niño dormir.
Soichi, que no ha pronunciado una sola palabra durante la secuencia, pide en voz baja.
—Será mejor que nos vayamos.
El joven tiene un presentimiento sombrío. Pero en un abrir y cerrar de ojos se produce un cambio; el mismo niño está corriendo por el hermoso jardín. Busca algo desespero; algo importante se extravió.
El cuerpo de Soichi está helado, la frente está cubierta de sudor frío y el corazón alertado late desbocado. Es consciente de lo que se aproxima y esa certeza lo petrifica por completo.
"¡Gatito!" grita el niño en sus pensamientos, al ver a su pequeño amigo siendo encontrado. El corazón se sumerge en la tristeza al reconocer a la hermosa mujer que lo sostiene en una mano. A pesar de su belleza y encanto, la apariencia externa no refleja su verdadero ser.
Soichi está perturbado, su semblante se ensombrece y decide agachar la cabeza forzando una sonrisa. A pesar de todo, recuerda hasta el lunar del tobillo de esa persona.
La pequeña criatura maúlla adolorida, ella lo tiene retenido del cuello, con las uñas largas atraviesa el pelaje y se clava en la tierna piel. Comienza a agitarlo mientras grita:
—¡Cuántas veces te dije que no quiero ver estas cosas en la casa!
El niño tiembla de miedo, su voz se quiebra al pronunciar una sílaba, traga saliva con dificultad y luego completa la palabra a duras penas.
—Lo-lo sí-en-to.
Cada sílaba está envuelta en un temblor, al igual que las rodillas que están a punto de ceder ante el agobiante miedo que lo envuelve.
—¿Lo sientes? ¡Qué pendejo estúpido! ¡¿Pensas qué vas a hacer lo que quieras en mi casa?!
Ella ejerce una presión más intensa, una sonrisa se dibuja en su rostro mientras las extremidades del animal se retuercen en un gesto de agonía.
El niño no puede aguantar, no quiere darse por vencido, quiere salvarlo. Se arrodilla y suplica:
— Por favor, por favor, mamá, mamá...no lo lastimes, yo... yo te prometo que le buscaré un lugar.
"Mamá".
La mujer, a pesar de las súplicas que escucha arroja con fuerza al nuevo amigo de su hijo al suelo. Con las filosas puntas de los tacos comienza a pisar, más y más fuerte.
—¡NO ME LLAMES MAMÁ!
La escena se torna turbulenta, una avalancha de sensaciones desgarra el corazón suave y frágil del niño. El crujido de los huesos le aturde los oídos, mientras las últimas respiraciones del animal se desvanecen ante sus ojos; el pelaje blanco se tiñe de un cálido color rojizo. Salpica por todos lados, un desborde de sangre, tripas y pelos.
Hasta que al final, deja de hacer ruido y la mujer se detiene satisfecha. El mensaje que pretendía transmitir ha sido entendido.
El niño está sumido en la desolación, no levanta la mirada ni emite una palabra. La madre limpia los zapatos y se marcha como si nada hubiera sucedido.
A diferencia de otros sueños, esta vez Soichi se mantiene inactivo, sin intervenir. Cuando ve la silueta de la mujer alejándose, se acerca al niño con pasos lentos. El pequeño sostiene en los delgados brazos el cuerpo aún tibio del gatito. Se aferra a él mientras se deshace como la espuma.
Es solo cuando pierde de vista a su madre que puede llorar. Observa lo que queda de ese esponjoso pelaje blanco, se disculpa con él y continúa llorando.
La vista lamentable pone furioso a Soichi y comienza a gritarle:
—¿Por qué? ¿Por qué tenías que quedártelo? ¿Por qué lloras? ¡ES TODO TÚ CULPA!
El niño continúa lagrimeando, como una cascada desbordada que desemboca en otro mundo. Murmura para sí mismo, mientras mece al animalito como si fuera un bebé. No está prestando atención a lo que le dice el joven, lo ignora por completo.
—Sabías muy bien lo que iba a pasar ¿Qué creías?, que te iba a decir ¡Hijo sí, puedes quedártelo! ¿Por qué lo haría?
Es absurdo presenciar cómo un adulto maltrata a un niño pequeño, rodeándolo y culpándolo. El niño acaba de cumplir seis años y a su madre no solo no le importa, sino que disfruta haber arruinado su felicidad.
El pecho del joven sube y baja repleto de furia contenida.
—¡Le importas un carajo! ¡Todo, todo lo que tenga que ver con vos ella lo odia!
El pequeño no cesa de llorar, la respiración entrecortada denota un dolor punzante en el pecho, mientras acaricia los restos del pequeño animalito que había llegado el día anterior.
Soichi grita con un tono áspero y quebrado:
—¿Acaso eres ciego que no lo podes ver? ¡No te quiere!, ella misma te lo dijo, ¡ojalá nunca te hubiera parido!
Hace muchos años, el joven comprendió que el mundo es un lugar cruel, y solo unos pocos son bendecidos.
¿Personas buenas? Sí, las hubo, pero en cada ocasión lo abandonaron. A veces se preguntaba: ¿Está mal el mundo o soy yo el defectuoso?
Por un momento, el corazón del joven se entumece. Aunque su expresión era ligeramente dolorosa, él no se podía detener.
—Todo lo que queres te odia y los que te quieren mueren ¡Deja de intentar!...solo...solo te harás daño de esta forma.
Si tu propia madre te desprecia y tu padre prefiere recorrer los cielos que permanecer a tú lado, querer y ser querido parece algo destinado para muy pocos.
Ser correspondido y amar hasta la eternidad, ¿no todos se merecen la inmortalidad del amor incondicional?
¿Cuánto puede soportar un niño frágil con esos pensamientos? Un corazón bueno, amable y gentil, ¿cómo sobrevive ante el desasosiego del dolor?
El joven permanece en silencio por un tiempo, intenta calmarse. Al final, es solo un pequeño que no conoce la oscuridad de las personas.
—Tonto, eres especial, ¡eh! ¿Cuándo fue buena contigo?, no llores más.
Extiende el brazo para contenerlo, pero es como una ilusión que pasa de largo; el sueño es solo un sueño y este en particular no responde al invitado. Se sienta para acompañar al niño, tan cerca que puede escuchar lo que murmura.
—De la tierra vine, en polvo me convertiré. Aunque el viento me aleje, en forma de brisa te abrazaré.
No hubo brisa este día.
Nadie vino a buscarlo.
Soichi, conoce a Soichi.
El niño, solo tiene al niño.
Soichi es el niño, el niño se convertirá en Soichi.
El joven siente lástima por sí mismo y permanece en silencio hasta que todo se oscurece.
—¡Eres sorprendente! Peculiar, de hecho ¿Dormirte en tu propio sueño? ¡Nunca me había sucedido algo así!
Mientras la mujer habla, él todavía sigue aturdido, el sabor de ese recuerdo recuperado es amargo.
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