4
Mira cerró las manos y aspiró fuertemente.
—Ahhh… Bueno, ¿qué tal si hacemos lo que vine a hacer?
Ya debían ser las 11 de la noche, pero, quizá por ser el último día del festival, la multitud seguía sin mostrar señales de dispersarse. El lugar era lindo, mucho más que casi cualquier lugar de donde provenía, ahora era capaz de afirmar eso con confianza. El aire se sentía limpio, probablemente porque era el más limpio que respiré en mi vida. Era un lugar tranquilo y vigorizante. Y aun así no-… No era capaz de apreciarlo apropiadamente. No solo porque era un recluido social en este pueblo, sino porque… simplemente no podía.
—Estaría bueno que me contestaras, de vez en cuando.
—Sí- Lo siento, Mira. Está bien. Podemos hacer lo que quieras.
—Mmm… —vociferó un descontento.
Miré para atrás y encontré a Yoi. Al verme, me sonrió y, con una ligera inclinación del cuello, me preguntó si necesitaba algo. Negué con un leve movimiento de la cabeza. Su cabello era marrón, como el de la mayoría de las personas aquí. Sería lógico pensar que el negro no se distinguiría tanto del marrón oscuro que ocurría de vez en cuando; pero, quizás por ser la única persona en el lugar con mi tono de cabello exacto, destacaba de una extraña manera. Estaba seguro de que uno de esos castaños con un poco de humedad y sombra se verían casi igual al mío, pero eso no evitaba que la gente me mirase como un alien.
Mira me guio colina arriba por el pueblo. La atmósfera del templo era perceptible incluso en la base de la loma. Las casas respondían a la pendiente reduciendo su tamaño y las personas atenuaban su energía en función de mantener el respeto religioso. En un momento, la inclinación se volvió suficientemente elevada para que el ascenso necesitase una escalera. Mira no parecía acostumbrada a la vestimenta del pueblo y estaba luchando un poco con su vestido para atravesar el obstáculo. Me puse a su lado y le di la mano, asistiendo; ella la tomó y subimos juntos. Me preocupé un poco por Yoi, pero lucía cómoda en su vestido de sirvienta y no quería molestarla.
—El templo es la razón por la que vine hasta aquí. De cierta manera, es la razón por la que nos conocimos. ¿No es eso un pensamiento feliz?
Le sonreí escuetamente.
—Balance, el dios del balance, de las cuentas. Es apropiado que una comerciante pida ayuda de semejante entidad, ¿no crees?
Habiéndolo conocido, no me parecía una persona tan interesante.
—Hablando de eso… Y ya que me estás sosteniendo de manera tan romántica, ¿te gustaría saber el nombre que escogí para ti?
Incliné mi cabeza.
—¿Qué te parece si después de esto nos acurrucamos juntos en la cama, Heiko?
¿Heiko? Dejé de prestarle tanta atención a mi vista para ponderar mi nuevo nombre. No me disgustaba, por lo que asentí.
—Oh. ¿Quieres acurrucarte conmigo?
—Sí, pero estaba asintiendo por el nombre, en realidad.
Mira se rio un rato. A mí no me salió.
5
Ya era de noche y su esposa e hijo estaban dormidos. La habitación en la que se encontraba estaba hundida en total oscuridad. Esa falta de luz hacía imposible distinguir cualquier decoración en la sala, aunque eso no le incomodaba de ninguna manera. La noche estaba fresca, y el ambiente en el pueblo, ruidoso. En comparación a eso, su habitación estaba sumida en un profundo silencio, un silencio que reflejaba con precisión su estado mental.
Dio un paso en la habitación y bajó su torso para encender una vela cercana al suelo. La llama no era muy poderosa, proveía lo mínimo indispensable para continuar sus tareas. Dos pasos más y se colocó en posición para arrodillarse correctamente sobre el suelo de madera. Entre sus rodillas y el suelo había una tela fina que apenas acolchaba la sensación tosca de la madera. Poca función tenía, más que prevenir astillas innecesarias. Delante de él había un altar. La función del altar era religiosa, pero no fúnebre, sino de veneración. La entidad a la que se la daba culto era la misma a la que el único templo del pueblo reconocía.
El hombre se aclaró la garganta y luego encendió, una por una, las cuatro velas que se encontraban sobre el altar; era una construcción compleja, realizada en su totalidad con madera, del tamaño de un armario y aún así un poco más; pintada de gris, pintada de rojo y de negro.
Si se le preguntaba la razón de sus acciones, probablemente no se recibiría una explicación, no una genuina, por lo menos. Él no tenía una razón exacta de sus acciones, tan solo tenía un sentimiento vago de necesidad. Y era extraño, porque él había decidido dejar de prestarle atención a ese sentimiento hace un largo tiempo; sin embargo, sintió que esta vez era distinta a las demás. Nuevamente, si se le preguntara por qué esta vez era distinta, él no podría contestar.
No era alguien que frecuentaba este tipo de oración, tampoco era completamente ajeno a ella; después de todo, el altar se encontraba en su casa; pero no se podía decir que era alguien que dependía de la oración cuando la vida lo contrariaba. ¿Entonces por qué? ¿Por qué, después de todo, esto? Esto no solucionaría ninguna de sus relaciones, no corregiría ninguna de sus acciones y tampoco volvería el tiempo atrás. Él no era alguien adecuado, ni capacitado para contestar. Pero quizás, si él tenía que adivinar…
El peso de las responsabilidades, a medida que el tiempo avanza, parece más pesado, pero la realidad es que simplemente se vuelve más notorio. El peso de las acciones que tomamos para cumplir esas responsabilidades sí se agranda más. El tiempo pasa y uno intenta cumplir, y para eso carga con error tras error, falla tras falla, consciente o inconscientemente; uno acumula el peso de esos errores, y también el de sus éxitos. Ese era peso de la experiencia, dirían unos; el peso de la vida, dirían otros, quizá un poco más negativos. Deshacerse de ese peso era imposible; lo que sucedió, sucedió. Intentar evitar eso no era realista ni deseable. Entonces, por lo tanto, ¿qué quería conseguir con una simple, torpemente realizada, oración? Quizás…
Perdón.
No de un ser superior, tampoco de las personas que hirió. Era un rito sin sacrificio, porque sentía que había sacrificado suficiente; pero, más aún, sentía que no estaba en posición de sacrificar más. Ya no estaba en su derecho.
Solo quería perdón. Un poco de perdón.
6
—¿Este es el templo?
—Se ve distinto desde arriba, ¿no?
—Hm.
Saludé con la mano a Yoi, que había informado que se quedaría en la entrada.
Era un edificio grande. No tan grande como una casa promedio del pueblo, pero capaz de albergar a un buen número de personas. La arquitectura era la misma que el resto, es decir, oriental, pero un poco más decorativa, rellena con varias columnas innecesarias, algunos árboles grandes y portones de madera cuyo objetivo parecía ser deslumbrar más que cumplir una función práctica. La colina era elevada, pero no lo suficiente como para que el suelo o el aire presentaran diferencias con respecto al resto del lugar. La única evidencia de la altitud era la iluminada, cálida imagen del resto del pueblo. En su conjunto, el pueblo era un lugar algo curioso, con un relieve muy accidentado. La aldea estaba colocada en una inclinación que lo atravesaba de manera horizontal, paralela a esa pendiente se encontraba la ruta principal que viajaba fuera del pueblo; pero esta inclinación no formaba parte de la colina del templo; la colina del templo iniciaba y terminaba dentro de la zona del pueblo. Nunca había visto una colina tan destacada; probablemente era obra de ese ser, teniendo en cuenta que este era su lugar de culto. Claramente, no había sido enviado a este lugar por coincidencia. Incluso, intuyo que todo ocurrió acorde a los planes de eso.
Que conociera a Mira, que me inculparan del asesinato, ser odiado por el pueblo, haber matado al duende, todo probablemente ocurrió porque él lo quiso así.
No le creo en nada sobre lo de las memorias.
Pero no tengo más opción que continuar por el camino que trazó para mí. Debo cumplir con mi parte del trato si quiero que él cumpla con la suya.
Mira me guio por un pasadizo fuera del templo para visitar el jardín trasero del lugar.
—¿No es hermoso?
—Sí.
El jardín estaba muy producido, un camino de piedras nos guiaba cuidadosamente por cada atracción del huerto. La flora cubría cada hueco de la zona y adornos de piedra habían sido rociados por el jardín cuidadosamente. Los árboles goteaban humedad, como si estuvieran transpirando, a pesar de que no había ocurrido ninguna lluvia desde que llegué. El goteo en su mayoría desembocaba en la laguna que se encontraba en medio del jardín; agua verdosa y turbia, llena de producto vegetal. El lugar era una paleta entera de colores, había flores rosas, rojas y amarillas; árboles tanto enanos como de tamaño considerable, arbustos en todas partes. Nunca había visto algo así. Pero no había visitado muchos templos en mi vida, por lo que tampoco quería sugerir que era algo especialmente irrisorio.
Agarré mi pendiente, sentí una palpitación en la mano.
—Loto.
—Son lotos transformativos, ¿los conoces?
Asentí con la cabeza.
—No son tan impresionantes ahora, pero con el tiempo cambian de una manera increíble. O eso dicen, porque nunca estuve aquí en otra época del año.
Eran solo flores verdes y arrugadas, nada bellas, parecían casi marchitas; pero todas estaban plantadas firmemente sobre el agua. Flores que cambiaban de forma, que no marchitaban y tenían propiedades protectoras… Resultaba difícil creer eso, y verlas así no reforzaba ninguna de esas ideas grandiosas.
Mira tomó aire y dirigió su sonrisa hacia mí.
—¿Rezamos?
Solo la miré y ella tomó eso como un "sí". Pensé por un momento que sería en este jardín, pero parecía que el lugar de oración era otro. El templo poseía ese silencio característico de los edificios religiosos, en el sentido de que no necesariamente todos estaban callados, sino que cada palabra que salía de una boca tenía ese gran peso que te convencía de mantenerte respetuosamente callado lo más posible.
Nos movimos a un altar localizado poco antes de llegar al edificio mayor, era una pequeña estructura que, sin embargo, contaba con los arquitos característicos del pueblo, dos de ellos, uno rojo y uno azul. Era la primera vez que veía azul fuera de los frutos que me pidieron del bosque aquella vez. Mira se arrodilló delante. No había nadie haciendo un cántico o rezo colectivo, parecía que la oración estaba dejada a la voluntad de cada individuo. Yo no quería rezarle a esa cosa, y tampoco quería que Mira lo hiciera. Estaba un poco desagradado, a decir verdad. Mira me hizo palmaditas al lado suyo por lo que, de mala gana, me coloqué donde quería. De igual forma, por más que lo intentara ignorar, eso me dijo que estaba esperándome aquí. Probablemente, me quiera hablar de algo sobre el futuro, me sentía muy apático con su causa, por lo que solo deseaba quitarme de encima la situación lo más rápido posible.
Me arrodillé a un lado de Mira y la miré de reojo para saber qué tenía que hacer o decir. Ella únicamente permaneció con los ojos cerrados y la cabeza agachada. Aproveché un rato para mirarla, porque ella era linda y yo, un pervertido; sin embargo, después de un tiempo, seguí su ejemplo.
Cerré los ojos.