—Vera, reconozco que realmente eres poderosa —dijo el viejo Sacerdote mientras miraba a la bella mujer de cabello plateado que comandaba innumerables marionetas de distintos tamaños y formas—. Sin embargo, ¿deseas hacerte enemiga de todo el Ejército Divino de la Luz protegiendo a ese Hereje?
—Una vez, pensé que el Ejército Divino era una organización justa —respondió Vera—. Pero eso terminó en el momento en que pusieron su mira en mi nieto. Te has vuelto viejo y estúpido, Renfred el Tigre de Fuego. Es hora de que te retires... permanentemente.
Para Vera era imposible no reconocer a los altos mandos del Ejército Divino de la Luz, pues ella también había tenido tratos con ellos en el pasado. Aunque no eran enemigos, tampoco eran amigos.
Manipulaban los eventos desde las sombras, utilizando su influencia y antecedentes para obtener su manera de actuar.
Reyes, Emperadores, Patriarcas y Soberanos no se atreven a enfrentarse a ellos por miedo a ser procesados y cazados.