Todos se volvieron hacia Dalia con una expresión culpable, sintiéndose responsables de que se hubiese despertado.
La pobre mujer necesitaba todo el descanso que pudiese tener. Sin embargo, cuando vieron su amable y amorosa sonrisa... el corazón de todos se derritió, y la culpa fluía fuera de ellos en un torrente apacible.
Bastián se arrodilló junto a la cama de su abuela, acariciando su mano mientras miraba a sus ojos. Ella le devolvió la mirada por un momento, con nada más que cuidado y afecto llenando sus ojos, y luego su mirada se detuvo en Arturo, quien agitaba la mano sin parar como un muñeco roto atascado en una función.
Segundos después, miró a Kieran y Altair, dos rostros que no conocía, pero podía sentir la conexión de su nieto con ellos, lo que la llevó a llamarlos con gestos de mano temblorosos.
Kieran fue el primero en inclinarse, y Dalia acunó su rostro, dándole una buena y larga mirada.