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La Llama continuaba clavando una estaca en la mente de Kieran, martillándola con una fuerza incesante.
Y esa estaca era la comprensión de que Kieran era su Condenado. Estaban vinculados de maneras que no podían romperse, y esa era la razón por la cual lo anhelaba tanto.
No había encontrado un vínculo puro y distinto como este en bastante tiempo. Mientras Kieran se arrodillaba en las húmedas arenas del Foso, suspiró con resignación y se recostó sobre su parte trasera.
Una sola imagen en una extensión de sangre, se sentó y acunó sus rodillas dobladas.
—¿Por qué yo? —El tono de la Llama ya no era tan juguetón cuando respondió. Ahora que había probado el sublime ansia de sangre que Kieran tenía para ofrecer, tan refinada y gratificante, adquirió un aire de severidad.
No podía ser demasiado brusca, pero tampoco podía permitirse dejar que Kieran se le escapara. Era un arma prístina que podía usarse para librar la ansiada Guerra de la Llama.