Kieran fue el primero en caminar sobre su puente, y lo recorrió con el mayor ímpetu de los siete... hasta que no lo hizo.
Siguió la atracción de la Cadena Condenada que debía pasar, de eso estaba seguro. Sin embargo, mientras la seguía, no se percató de cuándo el paisaje a su alrededor comenzó a cambiar o del nauseabundo olor a sangre podrida que le llegaba a la nariz.
Algo estaba mal. Muy mal. Esa sensación errónea roía la confianza de Kieran.
—¿Qué?
¿Por qué no entendía qué le pasaba a su cuerpo? ¿O dónde estaba exactamente? La inquietud y la alarma se apoderaron de la mente de Kieran mientras miraba los seis puentes vacíos que se extendían hacia la distancia.
Los otros Herederos habían desaparecido.
¿El Testamento de la Sangre Moribunda ya lo había tomado, o ellos fueron tomados?
—...¿Hola?
Sin respuesta. Silencio completo.
—Altair...
Llamó a su amigo, pero ese silencio inquietante se mantenía. No sentía nada en esta calma siniestra. Una calma que engullía muchas cosas.