—El dolor que Kieran sentía solo podría describirse como una exquisita agonía —murmuró para sí misma. Jamás había sentido un dolor tan completo y prístino. Su única razón de existencia era mostrarle su incomparable habilidad para inspirar desesperación.
Los segundos se arrastraban, los minutos se prolongaban, y se retorcía.
El dolor era una prueba incapacitante, por lo que permaneció inmóvil en su lugar. Su pecho subía y bajaba en un ritmo roto y trágico. A veces, creía y deseaba que la muerte le llegara. No, la suplicaba. La muerte parecía más dócil y humana que el dolor que estaba soportando.
Los minutos nunca se habían sentido tan largos en su vida. El calor abrasaba sus venas, cuchillas perforaban su piel, hueso y músculo, y una influencia montañosa lo aplastaba. Respirar se convirtió en una tarea temible, invocando pensamientos de peligro.
Un silencio preñado seguía mientras Agatha inspeccionaba sin prisa los cambios que su grabado estaba provocando.