El grupo de aventureros salió del carruaje, curiosos por ver qué había provocado la parada repentina. Tan pronto como sus pies tocaron la nieve gris que cubría el suelo, pudieron sentir la fría y sombría atmósfera de Mibothen. La nieve caía incesantemente, como pequeñas escamas de ceniza, creando un paisaje desolado. En medio del camino por el que viajaba el carruaje, había un árbol caído. Sin embargo, no era un árbol cualquiera. Estaba consumido por un tipo de liquen morado, que se extendía a través de sus ramas y tronco como una siniestra telaraña.
Kaizen fue el primero en acercarse al árbol caído, con los demás siguiéndole de cerca. El árbol era inmenso, sus ramas retorcidas y ennegrecidas por la quemadura del fuego que había pasado por allí. Extraño liquen morado cubría el árbol, como una sinuosa red de corrupción.
—Eso... eso no parece normal —murmuró Alina, mirando el liquen con expresión suspicaz.
Kaizen asintió con los ojos entrecerrados mientras estudiaba la escena.