Estaba a punto de comenzar las clases y a Aethelwolf no le apetecía hacer nada, pero su trabajo se acumularía si dejaba que la pereza se apoderara de él.
Estaba en su estudio revisando una pila de documentos. Era el informe de ventas semanal de las tiendas y establecimientos que poseían.
Detrás de él estaba Aenwyn que estaba de pie como una estatua. Esta vez llevaba un vestido blanco y azul y eso la hacía lucir seductora y atractiva.
—No hay nadie aquí. Siéntate —le dijo a la princesa élfica.
Aenwyn quería decir que no, pero no encontró motivo para rechazarlo. Agarró una silla y se sentó de manera elegante.
Aethelwolf dejó a un lado el papel que estaba leyendo y le sonrió al elfo. —Ya que no tienes nada que hacer, ¿qué tal si me cuentas más sobre ti? Te escucharé mientras reviso estos documentos.
Aenwyn lo miró fijamente con calma y dijo sin emoción. —Tengo más de cien años.