Cecilia finalmente logró recomponerse, empujando el torbellino de emociones hacia el fondo de su mente y obligándose a concentrarse en la pila de papeles frente a ella.
Necesitaba concentrarse: este proyecto era crítico. Pero justo cuando empezaba a avanzar, un golpe repentino en la puerta resonó a través de su oficina.
Sin levantar la vista, dijo casualmente:
—¿Sí?
La puerta hizo clic al abrirse, y una voz suave y encantadora llegó a sus oídos.
—¿Cómo estás, Cecilia?
Su corazón dio un salto al dirigir la mirada hacia la puerta. Allí estaba—un hombre diabólicamente guapo, alto y seguro de sí mismo, vestido con una camisa blanca de manga corta que se ajustaba ceñidamente sobre su musculoso cuerpo y unos jeans negros que le daban un aspecto encantador sin esfuerzo. En una mano, sostenía una gran caja rectangular de color azul oscuro.
—¿A-Ash? —Cecilia balbuceó, su rostro enrojeciendo ligeramente mientras se levantaba rápidamente—. ¿Qué haces aquí?