Asher regresó a su mundo, su rostro marcado por el cansancio de sus deberes, aunque lo único que esperaba con ilusión era su matrimonio con Silvia mañana.
La inminente guerra había proyectado una sombra sobre lo que debería haber sido una ocasión alegre: la unión de su Casa con la Casa Valentine.
Aún así, el matrimonio con Silvia era más que un evento ceremonial; era un símbolo de esperanza, un faro destinado a elevar los ánimos de su gente en estos tiempos oscuros.
Surgiendo de su ataúd con la luz de la mañana proyectando largas sombras por la habitación, Asher fue recibido por Merina, cuya presencia era un cálido contraste con el frío de sus pensamientos. Ella se inclinó respetuosamente, su sonrisa un suave bálsamo para su fatiga.
—Bienvenido de nuevo, Maestro —dijo ella, ofreciéndole una bebida reenergizante—. ¿Todo fue bien? Pareces un poco cansado. Quizás debieras descansar un poco.