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En los oscuros confines del Castillo Demonstone, la Cámara del Velo Carmesí mantenía una atmósfera tanto regia como premonitoria.
Era una estancia real donde las consortes o potenciales consortes que estaban a punto de casarse se cambiaban a las vestiduras adecuadas bajo la supervisión de la reina.
Sus profundos cortinajes carmesíes caían del techo al suelo, balanceándose ligeramente como si respiraran junto con el castillo.
Velas negras parpadeaban tenue en soportes de hierro forjado, proyectando un suave resplandor oscuro que danzaba en las paredes y en los espejos ornamentados enmarcados en hierro negro retorcido.
Estos espejos, siempre vigilantes, reflejaban y multiplicaban los parpadeos de la vela y los movimientos de todos los que entraban.
En el corazón de la cámara se sentaba la propia reina, una figura de autoridad incuestionable y misticismo.