El silencio se apoderó de la escena, la finalidad de la confrontación se asentaba como polvo.
Arturo se mantuvo firme, su bastón aún zumbando con energía residual mientras las personas que observaban desde lejos aún tenían la mandíbula floja, al igual que Borin.
Pero este tenso silencio se hizo añicos de manera explosiva. —¡Matar a todos los humanos y marcharse! —ladró uno de los orcos, atrayendo la atención de sus compañeros orcos aterrorizados que presenciaron cómo su señor era aniquilado en un solo movimiento.
—¡No! —La palabra estalló de Arturo más que una negación— un llamado de desafío y preocupación por los rehenes dentro.
Con un rápido levantar de su bastón, un poderoso rayo blanco de fuego helado brotó de su punta, golpeando al primer orco que se lanzó hacia la entrada del banco.
El rayo se dividió entonces hacia los lados, una resplandeciente telaraña de llamas heladas que envolvió a los otros orcos en un espectáculo grotesco.