Bajo el manto de la noche en un pueblo olvidado, un edificio abandonado, impregnado de polvo y sombra, cobró vida con un resplandor siniestro.
Además de las luces de tubo rotas y las bombillas, las antorchas de fuego montadas en las paredes arrojaban una luz parpadeante a través del polvoriento salón, revelando veinticinco figuras envueltas en oscuros mantos marrones.
Sentados en el desgastado suelo, formaban un círculo, con las cabezas inclinadas, las capuchas ocultando sus rostros mientras entonaban cánticos al unísono.
En el corazón de su reunión, un círculo ritualístico pulsaba con una inquietante luz naranja oscura, su resplandor proyectando sombras siniestras en las paredes.
—¡Sigamos rezando a nuestro Maestro para que su poder demoníaco siga fluyendo a través de nosotros y nos permita alcanzar nuevas alturas! —la voz del líder, ferviente de celo, cortó el zumbido rítmico del canto, instando a sus seguidores a profundizar su devoción.