Tras una angustiosa hora llena de sonidos de aflicción que resonaban de manera inquietante por todo el pasillo, la segunda tumba se abrió repentinamente, revelando una transformación tanto notable como inquietante.
De su oscuro abrazo emergió la figura desnuda de una mujer que rebosaba madura atracción, que no parecía ni demasiado joven ni demasiado anciana, sino de alrededor de treinta y tantos años.
El avatar humano de Rebeca era un reflejo sorprendente de su esencia demoníaca, ahora envuelta en la apariencia de la humanidad.
Esther, con una expresión de alivio estoico, se permitió un pequeño suspiro al observar la emergencia de su hermana.
Rebeca, por su parte, luchaba por recuperar su compostura, respirando con dificultad.
La prueba había exigido lo máximo de ella, una prueba de resistencia que la dejó sintiéndose cruda y expuesta.