El Devorador de Cielos, acercándose a las vastas tierras del Continente Inferna, se preparaba para su descenso.
Detrás de ellos, los 100 Alas Temibles, que habían sido su escolta protectora, tuvieron que cesar su acompañamiento, dejando el barco continuar solo.
Leonidas, mirando por la ventana a los Alas Temibles que se alejaban, expresó su preocupación y frustración:
—Oh diablos... Nos sentíamos tan seguros con ellos cerca y pudimos reparar nuestro barco en paz. Ahora vamos a estar solos en la tierra de esos arrogantes draconianos.
Caelum, acercándose a su lado, soltó una risita, tratando de aligerar el ambiente:
—Al menos no nos van a matar en el momento en que aterricemos. Nuestro rey debería ser el preocupado, no tú. Él es quien va a enfrentar los desafíos que nos pongan por delante.
Leonidas suspiró y asintió en acuerdo:
—Tienes razón. La tiene difícil, y es tan joven. No sé cómo logra mantener la calma.