Leonidas luchó con la ferocidad de una bestia salvaje, su hacha cortando el aire en arcos destructivos de maná rojizo.
Dos de los hombres lobo, su pelaje carmesí apelmazado por la lluvia, se lanzaron hacia él con un hambre salvaje en sus ojos.
La sorpresa de Leonidas era palpable mientras los hombres lobo absorbían su ataque con meros gruñidos, sus cuerpos duros aparentemente impasibles ante sus poderosos golpes. Contraatacaron con un aluvión de garras venenosas, con la intención de desgarrarlo con un propósito letal.
—¡Jódanse! —rugió Leonidas, su voz llevando un timbre dracónico que causó que los hombres lobo fruncieran el ceño de dolor.
Aprovechando el momento, balanceó su hacha con todas sus fuerzas, apuntando a sus cuellos.
Sin embargo, para su consternación, su ataque solo causó una cortada superficial y sangrienta, enardeciento aún más a las bestias.
—¡GRRRROWLLL!