—Por aquí, Emisaria Isola —dijo Merina, con un tono cortés ya que sabía que esta mujer iba a ser bastante importante para su Maestro.
Isola seguía en silencio, sus ojos curiosos escaneando la oscura cortina ornamentada y las imponentes estatuas que adornaban los pasillos del castillo.
Estaba lejos de su abismal hogar, en un lugar lleno de vistas extrañas y rostros desconocidos, atada por los caprichos de un reino que había atrapado a su gente.
Sin embargo, no podía evitar mirar a su alrededor como un recién nacido, tratando de familiarizarse con este ambiente extranjero pero interesante.
Finalmente, llegaron a los límites exteriores del castillo, donde los imponentes muros de piedra daban paso a un oasis de tranquilidad: el Pabellón Crepuscular.
Enclavado en medio de los extensos jardines internos del castillo, el Pabellón interior era una vista digna de ser contemplada.