Astaroth intentó dejar que la criada volviera a ponerse de pie, pero ella se aferró a su cuello como un animal asustado, con los ojos cerrados fuertemente, mientras el viento de esta elevación alborotaba su cabello suelto. Él no había esperado una reacción así de su parte, y ahora se sentía ligeramente mal por haberla forzado a venir aquí.
—Eh... lo siento. No sabía que tenías miedo a las alturas. Pero estás segura mientras yo esté a tu lado, así que, ¿te importaría soltarme? Hay mucho espacio para caminar por las ramas sin peligro de caerse.
Astaroth trabajó arduamente, convenciéndola para que volviera a ponerse en sus propios pies, y ella aún se negaba vehementemente a abrir los ojos.
—Está bien, no abras los ojos. Pero me voy a mover, así que o me tomas de la mano, o abres los ojos para seguirme.
—¡Señoría! No me atrevería a tomar su mano. ¿No podemos volver adentro en su lugar? —sollozó la mujer.
Al no escuchar respuesta, a Coral se le cayó el estómago.
—¿Ya me dejó aquí?