Alejandro abrió lentamente los ojos, viendo inmediatamente la pantalla gris de un casco sobre ellos. Pero cuando intentó levantar los brazos para quitarse el casco, dos cosas sucedieron en rápida sucesión.
Lo primero que notó fue que sus brazos se sentían como si pesaran una tonelada y estaban adoloridos.
—Es lógico. He estado acostado aquí inmóvil durante algunos días. —Pero inmediatamente después de estos pensamientos, una sensación de ardor violenta proveniente de su espalda asaltó su mente.
—¡Argh! ¡Qué demonios! —La enfermera en la entrada de la habitación, apostada allí para cuando se despertara, escuchó el grito y corrió hacia la habitación.