Al llegar al primer conjunto de ventanas y entrar de un salto por ellas, Atenea aterrizó dentro de una habitación del anillo exterior. Rápidamente salió corriendo hacia la habitación central, donde León había vuelto a echarse una siesta.
Cuando irrumpió en su habitación, el hombre león giró su cabeza hacia ella con una mirada de molestia.
—¿No puede uno echarse una siesta tranquilo aquí? —dijo él.
—León. Astaroth me dijo que viniera a buscarte si un monstruo entraba en la zona de trampas, que tú te encargarías de él —afirmó ella.
—Ajá. ¿Hay alguno? —preguntó él.
—Sí, y está matando a nuestros miembros, junto con los invasores. ¿Puedes hacer algo al respecto? —dijo ella.
León bostezó ruidosamente.
—Tal vez más tarde. Por ahora, ustedes pueden ocuparse de ustedes mismos —dijo él, despreocupadamente.
—¡Es tu trabajo! —exclamó ella.
—Escucha, chica arquera. Yo no recibo órdenes de ti. Lárgate —respondió él con firmeza.