El anciano caballero aparentemente no se inmutó ante el formidable asalto del Relámpago Divino.
Permaneció compuesto mientras se ajustaba la túnica, exhibiendo una calma inquebrantable que desmentía la pura fuerza que acababa de resistir.
Eustace, a su vez, no pudo evitar tomar una profunda respiración. Sabía que él mismo habría tenido dificultades para emerger ileso de un ataque tan poderoso.
A medida que la neblina disipadora revelaba el semblante del anciano, Eustace discernió que este último o bien llevaba la carga de la ceguera o deliberadamente ocultaba sus ojos detrás de una venda oscura.
—¿De dónde salió este anciano ciego? —se preguntó Eustace mientras permanecía alerta.
Vestido con una túnica negra adornada con intrincados círculos de runas, y empuñando un bastón que sugería un poderoso Arma Rúnica, el anciano desprendía un aura inconfundible impregnada de santidad y poder.