Durante un fugaz momento, las sombras que habían escapado del cuerpo de Jean danzaron y giraron en un despliegue hipnotizante, como si se despidieran de su amo caído.
Y, tan pronto como aparecieron, las sombras se fusionaron en la oscuridad, sin dejar rastro alguno.
Las figuras enmascaradas se quedaron desconcertadas, luchando por comprender el espectáculo inexplicable que se había desarrollado ante ellos.
Un silencio sepulcral envolvió al grupo mientras intercambiaban miradas inciertas.
—¿Qué-qué fue eso? —balbuceó uno de ellos, su voz apenas audible en medio de la sensación persistente de asombro.
Para ser honesto, pensaba que era una maldición lanzada para atacarlos. Imaginaba que Jean había lanzado un hechizo por el cual, si él moría, las personas que lo mataron estarían malditas o algo así.
No era tan sorprendente de los magos oscuros.
Por supuesto, todos los demás pensaron lo mismo, pero ninguno se atrevió a sugerirlo ya que solo causaría pánico innecesario.