—Los ojos de Anastasia se dirigieron a la estatua del rey de los Fae mientras cabalgaba con Íleo. ¿Vio su espada levantarse? Quizás alucinaba. La debilidad la venció. Cerró los ojos y esperó que la salida quedara sellada una vez que todos hubieran cruzado. El olor boscoso y brumoso la envolvía. Una densa niebla la rodeaba.
Íleo la había cubierto con una capa y la aseguró firmemente contra sí mismo. Justo antes de que Anastasia se deslizara en la oscuridad, escuchó un fuerte estruendo, como si las paredes de la cueva temblaran o se derrumbaran.
—¡La salida! —alguien gritó.
Intentó mirar hacia arriba, pero no podía... la oscuridad la envolvía. Después de eso no pudo escuchar una palabra, solo podía sentir el movimiento de la respiración pesada de Íleo. La obsidiana era acogedora.
Las sombras extendieron sus brazos ahumados y la envolvieron. Ella quería liberarse. Las esposas regresaron.