—No te muevas —susurró ella, luego se levantó y trotó hacia la puerta para asegurarse de que estaba cerrada correctamente antes de volver al montón de mantas que había hecho y extender las nuevas—. Creo que deberías acostarte —dijo ella, su voz apenas por encima de un susurro.
Lerrin frunció el ceño.
—Quiero seguir hablando contigo. Me preocupa que si me acuesto me quedaré dormido.
—Eso sería lo mejor para ti —dijo ella con una mirada firme hacia él—. Pero no, creo que deberías acostarte porque quiero acostarme contigo y si te duermes no tendré que moverte y posiblemente lastimarte más.