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Gahrye calculó que estaban a unas hora de la Ciudad cuando la bestia de Elia empezó a fallar. Su ya lento paso comenzó a tambalearse. Había empezado a gruñir en bocanadas largas y bajas una hora antes. Pero ahora se tumbó de repente en el camino, sus costados se agitaban con su respiración rápida y profunda.
—¿Elia? —susurró Gahrye, escudriñando el sendero delante y detrás de ellos—. Puedo correr a buscar ayuda. Puedo
Pero entonces ella se puso de pie de nuevo. Su cabeza estaba baja, sus grandes hombros giraban más lentamente con cada paso, pero sus ojos estaban fijos y claros.
Caminaron otros diez minutos, Gahrye a su lado, buscando desesperadamente una manera de ayudarla, de consolarla, pero sin encontrarla. Cambió las bolsas en sus doloridos hombros otra vez y consideró dejarlas aquí. Una vez que la tuviera de regreso en la Ciudad, podrían volver por ellas, o enviar a alguien más a... a menos que todavía hubiera una guerra en la Ciudad del Árbol.