Lerrin no respondió a Reth. No podía. Su cabeza zumbaba de shock. Emociones encontradas rugían dentro de él, quemándose caminos que llenaban algunos vacíos en su corazón, incluso mientras dejaban heridas abiertas a su paso. Se alegraba tanto de verla—su hogar era dondequiera que ella estuviese. La seguridad de ella era su corazón.
Y sin embargo, ella estaba aquí, regalándole suaves sonrisas y buscando la tranquilidad de su enemigo—el macho que había sido su enemigo. De repente, su habilidad para enviar mensajes a Reth durante los últimos dos días, su preocupación por la seguridad de ella, no parecían tan valientes.
Se apartó del pensamiento.
—¿E-estás segura? —logró decir con voz ronca.
Suhle se adelantó rápidamente, con lágrimas en sus ojos y le rodeó el cuello con sus brazos. —Sí. Oh, gracias al Creador, estás a salvo, Lerrin. Estás a salvo. Estoy aquí...
No podía pensar. No podía hablar. Pero tenía que sostenerla, enterrar su nariz en su cabello y llenarse con su aroma.