Lerrin se quedó muy quieto otra vez—esta vez cada pelo de su cuerpo se erizó mientras ella lo miraba directamente a los ojos y su mente era golpeada por imágenes de ella con esos ojos brillantes cerrados y su cabeza hacia atrás, boca abierta en un grito de placer
Parpadeó y se aclaró la garganta.—¿Puedo preguntar
—Sólo para asistirte en las mañanas y por... por mi beneficio —admitió ella—. Me disgusta pedírtelo después de lo que se habló en esa reunión, pero anoche yo… temo que puedo volverse menos útil si no encuentro un lugar seguro donde dormir. Su garganta hizo un movimiento, pero su mirada no vaciló. No le gustaba pedir, pero tampoco se avergonzaba de ello.
Ella a veces le quitaba a Lerrin el aliento con la simplicidad con la que enfrentaba el mundo. De frente, inamovible y sin embargo sin fuerza.
—Aquí siempre estarás segura, Suhle, lo sabes… ¿verdad? —preguntó él.