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—¿Elia? —La voz de Gahrye era suave y vacilante. Estaba al lado de la cama—. ¿Estás bien, Elia?
—No —suspiró ella.
—¿Puedes... estás...?
—Todavía soy yo —gruñó a través de los dientes—. Todavía estoy aquí. Todavía... nada ha cambiado —escupió.
—Elia, todo ha cambiado. Puedes transformarte.
Ella gruñó.
Gahrye tragó ruidosamente —¿Recuerdas?
—Sí.
—¿Cómo volviste?
—No lo sé. Solo desperté en el suelo hace un rato.
Sopló un respiro y pasó una mano por su cabello. Elia captó un vistazo de su mano temblando y lo observó desde el rabillo del ojo. No quería ver su preocupación, ni el peso sobre él. Sabía que se sentiría responsable aunque no hubiera nada que pudiera hacer. Sabía que debería tranquilizarlo. Pero no quería hacerlo. No quería calmar a nadie. Quería irse a casa. Necesitaba a Reth. Y necesitaba... necesitaba salir de esa casa y alejarse de esos extraños olores que erizaban el pelo en la nuca.