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—Gahrye había tenido que levantarla físicamente y cargarla—todavía luchando—escaleras arriba hacia la suite de habitaciones a las que Shaw los había dirigido para que usaran. Luego la había tirado sin ceremonias en el suelo y se le había encarado. —¡No puedes atacar a los Guardianes! —le espetó.
—Elia había dejado de luchar, pero lo miraba con furia, sus hombros subiendo y bajando con su respiración entrecortada. —Él ayudó a los lobos. Me puso allí. Él no
—¿Lo cambiarías, Elia? Si lo hubieras sabido, ¿lo cambiarías, sabiendo lo que sabes ahora? ¿Nunca venir con nosotros? —interrogó Gahrye.
—¡Por supuesto que no! —exclamó Elia con vehemencia.
—¡Entonces no puedes estar enojada con ese hombre por ayudar a que eso sucediera! —le reprochó.