—Aún en el suelo, buscando orientarse, Elia sacudió la cabeza nuevamente y se obligó a responder —No puedo luchar contra alguien que está mentalmente desequilibrado —dijo con voz gruesa—. Su cabeza resonaba, aunque rápidamente la sensación disminuía. Pero su mandíbula se sentía como si hubiera sido desencajada.
Los ojos de Lucine se abrieron como platos y pareció crecer en tamaño, pero antes de que pudiera atacar de nuevo a Elia, Lerrin le agarró el codo —Ignórala. Te está provocando. Otra vez.
Lucine lo miró y algo pasó entre ellos que le provocó malestar en el estómago a Elia. Luego Lucine asintió. Cuando giró de nuevo hacia Elia, su expresión era vacía, aunque en sus ojos aún ardía la ira —Levántate —ordenó—. Estás en disputa. Puedes quedarte ahí de pie y dejarte matar si quieres, pero esto termina ahora.
Elia sintió como si hubiera sido sumergida en agua helada que la congelaba en su lugar y detenía sus pulmones.
Iba a luchar contra Lucine.
Y iba a perder.