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Sus palabras habían sido pronunciadas con una voz tan suave, sensual y aterciopelada que un temblor la recorrió. Odiaba saber que él sentiría su necesidad por él.
Quería apartar la mirada pero la de él la sostenía de una manera que se habría sentido más débil si hubiera aceptado la derrota.
Él sonrió con suficiencia. Una sonrisa que le decía a ella que él sabía lo que estaba pensando.
Se acercó lentamente, probando el terreno. Esperaba a medias que ella corriera hacia adentro y cerrara la puerta, pero ella no reaccionó de ninguna manera; ni se acobardó, ni bajó la mirada, ni se inquietó ni retrocedió.
En cambio, ella se mantuvo donde estaba en el umbral con la cabeza alta, hombros rectos y manteniendo el contacto visual.
Antes de que pudiera siquiera pensar en responder, él la había empujado al interior de la habitación, pateó la puerta para cerrarla y la prensó contra la pared.