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Hazel se levantó. Una contradictoria mezcla de shock, dolor, ira y—aunque lo odiaba—un atisbo de felicidad la golpeó, casi robándole el aliento.
Despatarrado en uno de los sillones de cuero crema, con los brazos cruzados detrás de la cabeza como si fuera dueño del espacio que lo rodeaba, estaba la última persona en el mundo que Hazel quería ver.
Tan hermosa. Ella era tan malditamente hermosa que casi le dolía a Rafael mirarla. A pesar de no ser baja, era menuda y casi como una duendecilla con su rostro en forma de corazón, nariz pequeña, piel clara y flequillo cayendo sobre su cabello el cual él quería agarrar fuertemente cuando la besaba a su antojo.
Su corazón comenzó a acelerarse. Contenido pero a la vez inquieto, y más vivo en su presencia que en cualquier otra situación. La había encontrado. Finalmente la había encontrado.