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Lyla era una mujer terca. Pensaba que esto era el destino. Después de diez años, le dieron la oportunidad de reparar su relación con su hijo perdido hace mucho tiempo.
No dejaría pasar esta oportunidad cuando se la presentaron en bandeja de plata.
—Por favor, escúchame... No vas al antro del león. El rey no es tu enemigo. Si fuera tú, fingiría mi muerte para disuadir a mis dos perseguidores y encontrar refugio en Atlantea —Lyla intentaba convencer a Emmelyn.
—Lyla... cállate. No soy tonta, ¿ok? —Emmelyn rodó los ojos ante la persuasión de Lyla.
—Puedes ir a Atlantea y empezar una nueva vida. ¿Y qué mejor lugar para esconderse y comenzar de nuevo si no en Summeria, en los brazos del mismo rey? —Lyla miró a Emmelyn intensamente—. El rey te quiere porque está enamorado de ti.
De repente, Emmelyn no pudo moverse. Pensó que el mundo realmente se había vuelto loco.