Esa mañana, Harold recorrió el segundo piso más de diez veces. Siempre que llegaba a la última curva que conducía a la habitación de Alicia, daba la vuelta y deambulaba sin rumbo antes de encontrarse allí de nuevo. Así que, por enésima vez, se reprendió a sí mismo y regresó a su cámara, pero no podía quedarse quieto. Comenzó a pasear y casi pierde la cabeza cuando se dio cuenta de que se mordía las uñas sin pensar. ¿Cuándo había cultivado un hábito tan desagradable?
—Necesito descansar. Me estás preocupando. Simplemente ve a ver cómo está ella —su lobo siseó cansadamente.
—¿Quién ha dicho que quiero ir a ver cómo está ella? —exclamó a la defensiva Harold.
...
—Bien. Solo estoy haciendo esto porque tú me lo has pedido —Harold le dijo a su lobo antes de darse la vuelta y dirigirse hacia la puerta.
—Sí, claro.