Su cabello estaba despeinado, sus manos atadas detrás de su espalda para su propio placer. Él la miró a los ojos, que estaban menos ansiosos pero más preocupados por el vestido que había rasgado por delante. Lo había rasgado justo lo suficiente como para liberar su busto para que sus ojos pudieran mirar y sus manos tocar, pero él no la tocó. La admiraba, mirando sus ojos verdes que estaban vivos y brillantes.
—¿Nerviosa? —le preguntó, pasando su mano desde su cuello hasta el valle de su pecho. Podía sentir la leve transpiración que se había formado entre sus pechos.
—No —respondió ella con una sonrisa.
—¿Entonces emocionada? —continuó preguntándole.
A diferencia de veces anteriores, la mano de Damien era más áspera pero se movía de manera sensual sobre su piel. Se abrió paso para sostener uno de sus pechos, sosteniéndolo mientras llenaba su palma. Sus labios se dirigieron a su cuello, mordisqueándolos mientras seguía besándola y lamiéndola poco a poco.