El cochero de los Quinn miró la rueda rota con una mezcla de sorpresa y preocupación. Se había asegurado de engrasar la rueda y también de volver a fijarla a la carroza para asegurarse de que el viaje transcurriera sin problemas y así había sido hasta hace unos momentos.
El sirviente no estaba seguro de si debía estar agradecido de que la rueda no se hubiese desprendido, ya que de lo contrario la carroza habría sido arrastrada una cierta distancia antes de detenerse. Pero por otro lado, cabía la posibilidad de que la rueda pudiera haber sido arreglada. En este momento, la carroza se había averiado, la rueda se había partido en dos mitades que en unos segundos se rompieron en otra mitad con un fuerte sonido de la carroza bajando hacia el suelo.
Tanto el cochero como Penélope se estremecieron al escuchar y ver cómo caía la esquina delantera izquierda de la carroza.
—Permíteme ir a buscar ayuda, señorita —el cochero inclinó la cabeza.