Rosalind se detuvo vacilante en el umbral del templo abandonado, con recuerdos de una visita pasada inundando su mente. La última vez que vino aquí, apenas podía soportar la energía demoníaca que lo rodeaba. La tristeza era tan poderosa que casi la asfixiaba. Recordaba haber tocado una corona y haberla absorbido, absorbiendo accidentalmente los recuerdos de quien la había poseído en el pasado. Sin embargo, hoy era diferente.
Se mordió el labio inferior mientras miraba a su alrededor. El aire aún se sentía pesado, cargado de una energía demoníaca que le enviaba escalofríos por la columna. Las paredes desmoronadas parecían burlarse amenazadoramente, como si se deleitaran con el miedo que infundían. La luz amortiguada de las perlas apenas penetraba la oscuridad, proyectando sombras inquietantes sobre los restos esqueléticos esparcidos alrededor.
La malevolencia que acechaba detrás le hizo fruncir el ceño.