—Su gracia —la Princesa Isadora saludó a Rosalind con una sonrisa que brillaba como gotas de rocío en una mañana soleada.
—Su Alteza —Rosalind le devolvió la cálida sonrisa, sus ojos recorriendo con gracia la asamblea de mujeres nobles que se encontraban tras la Princesa. Cada una de ellas exudaba un aura de elegancia, y su presencia era tan cautivadora como una sinfonía de estrellas en el cielo nocturno.
La mirada de Rosalind se deslizó luego hacia la majestuosa finca que se alzaba detrás de las mujeres como una impresionante obra de arte. Este era el renombrado Palacio de la Princesa, una maravilla exquisita anidada más allá de los límites de los predios reales principales. Los rumores lo habían pintado como un lugar hecho a medida para reflejar los propios gustos encantadores de la Princesa.