Rosalind alzó una ceja, sus ojos fijos en la extravagante presentación de comida ante ella. Estaba sentada en su opulenta habitación, adonde Lucas la había acompañado insistiendo en que descansara antes del evento próximo. A pesar de los recientes y desconcertantes sucesos, su fiesta de cumpleaños seguía en pie. Lucas la había llevado de vuelta a su torre y ahora le presentaba otro festín.
La presentación de comida frente a Rosalind parecía engañosamente ordinaria a primera vista. Una gran bandeja de plata adornada con delicados tapetes de encaje sostenía un surtido de delicias culinarias.
Sin embargo, mientras los ojos de Rosalind recorrían las viandas, no podía sacudirse la sensación de que había algo más de lo que saltaba a la vista. Desprendía un aura de encantamiento, una corriente subyacente de misticismo que le hacía cosquillas en los sentidos.