Lucas contemplaba el rostro dormido de Rosalind. Había estado leyendo el libro desde que llegaron a esta habitación.
Lo siguiente que supo, ella ya se había quedado dormida.
Despacio, la levantó y la llevó al pequeño sofá de dos plazas frente a la chimenea. Este era el único lugar que se podía usar como cama en este estudio, ya que hacía mucho tiempo desde la última vez que estuvo aquí.
Luego tomó su abrigo y lo usó para cubrir su cuerpo.
Contemplándola, Lucas no pudo evitar sonreír.
Su largo cabello gris fluía enmarcando su rostro angelical, dándole un aura de paz. A la suave luz del fuego frente a ellos, parecía una diosa, pacíficamente perdida en el sueño.
Era entretenido cómo, al despertar, su expresión cambiaría drásticamente. Su serena fachada daría paso a una férrea determinación, sus ojos ardían con curiosidad y vida.