—Puedo olerlos —dijo Lucas en el momento en que llegó a su habitación. Su cara se volvió fea de inmediato—. Alguien más estuvo aquí…
—Sí —Rosalind había estado esperándolo. Sabía que volvería esta noche. Una parte de ella esperaba que se colara en su habitación en mitad de la noche—. Atior, el hechicero, vino. Estaba sentada junto a la chimenea leyendo su libro. Levantó la mirada y lo miró fijamente.
Él estaba de pie junto a la ventana, frunciendo el ceño hacia ella. ¿Cómo podía alguien mantener su apariencia incluso cuando fruncía el ceño?
Rosalind no podía responder eso.
En su lugar, eligió no concentrarse en su cara sino en las palabras que él estaba diciendo.
—¿Qué quería? —preguntó él.
—Ella me llamó su Diosa —Rosalind frunció el ceño—. Parece que no te sorprende.