El sonido de la risa de Clinton resonó dentro de la habitación. Los labios de Rosalind se contrajeron.
—No te voy a decir nada —dijo Clinton—. ¿Con qué me vas a amenazar?
—Tu padre te ha dejado aquí —señaló Rosalind—. Sin su apoyo, estás solo. Sin familia ni amigos.
—Entonces mátame.
El hombre la estaba desafiando, a ella, a todos ellos.
—Preferiría no hacerlo —respondió Rosalind. Podía sentir la mirada del Duque sobre ella, pero eligió ignorarla.
—¡Entonces que os jodan! ¡Arruinasteis nuestros planes! ¡Arruinasteis Lonyth! ¡Lo arruinasteis todo! ¡No esperéis nada de mí!
Los labios de Rosalind se adelgazaron. La actual situación había superado sus meras sospechas.
—El hombre quiere morir —dijo Rosalind—. No va a hablar. ¡Solo quiere que lo matemos! Y luego hacer ver al Duque como un despiadado por matar a alguien de la familia Lonyth.
—Elías... —llamó Rosalind.
—¿Sí? —Elías entró inmediatamente de nuevo.
—Quémalo.
—¿Qué?
—Quémalo. Pero no lo mates —dijo Rosalind.